| www.angelamarulanda.comLo que hace que seamos seres más humanos –más amorosos, cálidos, tolerantes, benévolos– es sobre todo la experiencia de ser papá o mama”. Debido a que en el mundo consumista y tecnificado del siglo XXI los hijos no contribuyen a la familia sino que consumen muy buena parte de nuestros esfuerzos y recursos, ser padres hoy no siempre se vive como un privilegio inconmensurable. Por ello urge que, así como disfrutamos del reconocimiento que se nos da como papás y mamás en las fechas con que nos honran como tales, reivindiquemos el haber sido bendecidos con la experiencia de serlo.  Es cierto que ser padres trastorna bastante nuestras vidas, pero también nos transforma como personas. Como un hijo nos ama y necesita de una manera que ninguna otra persona puede hacerlo, nos da la oportunidad de experimentar la dicha de sentirnos las personas más queridas y necesarias del mundo. Desde el momento en que tenemos a nuestros hijos dejamos de ser solo un individuo, para ser su mamá o su papá, ser cabezas de una familia y ser las personas más importantes del mundo para esas criaturas que son “carne de nuestra carne”. Los hijos pequeños nos llenan la vida de ternura y los más grandecitos de aventura. Y los adolescentes nos dan mucho más que dolores de cabeza: nos obligan a revisarnos, a revaluar nuevas posturas y a hacer grandes esfuerzos por mantener la cordura, mientras nos ofrecen nuevos ojos para ver el mundo y nuevas formas para interpretarlo. A pesar de que nos producen más angustias y gastos que en cualquier otro momento de su vida, son la aventura más tenebrosa y a la vez más apasionante de nuestra experiencia como padres. Y cuando llegan a la edad adulta, y dejan de rechazarnos para demostrarnos que no nos necesitan, nos encontramos con que  además son nuestros mejores aliados y amigos. El producto y beneficio final de criar  a los hijos no es el niño sino que somos nosotros, sus padres. Lo que hace que seamos seres más humanos –más amorosos, cálidos, tolerantes, benévolos– es sobre todo la experiencia de ser papá o mama, no porque hayamos traído unos hijos al mundo, sino por haberles dedicado buena parte de nuestra vida y de nuestros esfuerzos a cuidarlos y a darles todo el amor de que somos capaces. Es gracias a nuestros hijos que aprendemos a ser más tolerantes, compasivos y capaces de darnos a los demás en una forma como jamás pensamos que podríamos hacerlo. Pocas experiencias son más exquisitas que gozar de la satisfacción de haber podido experimentar que somos padres no solo para satisfacer nuestra naturaleza creadora y dadora de vida. Y que también lo somos para preservar la alegría del mundo, para evidenciar toda la belleza que puede albergarse en una criatura y para degustar las delicias de amarla “con toda el alma”.