Cuando la joven Susana Freire García nació (hace 30 años), el tzantzismo era parte de la historia reciente de Quito y el país. En sus años de estudiante de secundaria, en el aula no le hablaron de esta agrupación ecuatoriana de jóvenes, surgida en la década del sesenta, que revolucionó la capital –y las ciudades que visitó–, con su actitud irreverente, crítica de esa cultura y literatura provincianas, confinadas a cenáculos, cercanas al coctel y al evento social, y alejadas de los sectores populares: del trabajador, del obrero, de la gente de a pie. Los tzántzicos se convirtieron, simbólicamente, en ‘reductores de cabezas’. Tomaron ese nombre de los indígenas shuar.