Hay autores que cantan su poesía. Que cuentan, con música, relatos de vida. La suya o la de los otros. Joaquín Sabina, Miguel Bosé, Chico Buarque, Alberto Cortez son algunos de ellos. Son cantantes. La gente los reconoce, sobre todo, por cantar, pero dentro de ellos hay un escritor. Un palabrero. Un filósofo, aunque sin pretensiones de tal. Cómo, si no, tantas letras trascendentes escritas por ellos. Tanta permanencia, a pesar de los años, de las barrigas abultadas o las arrugas en el rostro.El libro Alberto Cortez por los cuatro costados lo confirma. El artista argentino, radicado en Madrid, es un escritor. Un autor que camina con facilidad por la memoria, la poesía, el relato, la epístola. Un poeta hondo y a la vez fácil. Una voz con humor. Con amor. Una voz portentosa, que cautiva en vivo o en el papel. Que no suena a pretérito sino a presente.Es un volumen que publicó el año pasado, en Guayaquil, editorial Edino, y circuló también desde entonces, pero se presentó hace dos semanas, con ocasión de la visita de Cortez a Ecuador, donde cantó, se reencontró con los amigos y fue condecorado, aunque la presea le duró solo unos minutos (la perdió en la misma ceremonia).El libro es el sueño cumplido de un editor guayaquileño: Ramiro Cepeda, fundador y director de la editorial Edino. La publicación es una especie de celebración de sus dos décadas de trayectoria y un regalo bibliográfico para los seguidores del autor de Cuando un amigo se va. Para Cortez, en cambio, es la suma de sus días, la compilación de sus creaciones, que estaban diseminadas en los varios libros que ha publicado.Por los cuatro costados contiene material de sus anteriores publicaciones y también textos inéditos. Es como la esencia de una vida, mostrada en sus diversas facetas. Por eso se denomina Por los cuatro costados, título escogido por la esposa de Cortez, Renée Govaerts, una belga con la que está casado desde hace cuatro décadas. La conoció en uno de sus primeros conciertos por Europa. Una velada a la que acudió poco público y que fue un fracaso económico, pero un triunfo para el corazón.Está cuidadosamente editado y es voluminoso: 536 páginas. Se inicia con una biografía, narrada en primera persona por el propio Alberto García, quien en la década del sesenta y cuando empezaba su carrera, por sugerencia de unos amigos, adoptó el nombre artístico de Alberto Cortez. Según cuenta en el libro, consideraron que el apellido García era muy común para un cantante. Y así nació el Alberto Cortez que ahora todos conocemos y aplaudimos.Leer este volumen es como introducirse en los afectos de Cortez: su infancia pampeana, sus primeros éxitos, su esposa, sus poetas y músicos de cabecera. Los amigos, a esos que les adeuda la paciencia, como dice una de sus canciones. Dedica, por ejemplo, un poema a Oswaldo Guayasamín, y cita, en textos breves, a gente como Gabriel García Márquez, Joan Manuel Serrat, César Vallejo, Gabriela Mistral, Chabuca Granda. Se cierra con el texto de una de las canciones más conocidas del cantautor: En un rincón del alma. Y en la contraportada se estampan unos versos que bien podrían ser una declaración de principios: “Esta es mi vida, modesta y transparente/ no tengo pretensiones de estar donde no estoy/ no dudo que mi fama depende de la gente/ pero eso no me obliga a ser lo que no soy”.Es un libro cuyos ejemplares ahora reposan en las bibliotecas de muchos guayaquileños, autografiados por su autor, o están en las librerías, a la espera de más lectores. De manos que repasen sus páginas. La de Cortez es una palabra que trasciende los escenarios. O los discos. O los medios, muchos de los cuales se deslumbran por lo joven, lo nuevo o lo escandaloso.