Más allá de las olas de protestas políticas y antigobiernistas en el mundo, los sucesos de 1968 han trascendido por la transformación que vivió la juventud de entonces. “Vencimos en lo cultural y lo social. Afortunadamente perdimos en lo político”. Estas palabras de Daniel Cohn-Bendit, uno de los líderes de las marchas parisinas en mayo de 1968, reflejan el vacío que desenfocaron las protestas globales de entonces, porque nunca hubo un norte muy claro en esos caóticos días europeos. Para el historiador británico Kenneth Clark, finalmente no son las ideologías las que avanzan muchos de los procesos históricos. Más bien, en el nombre de esas afinidades se cometen grandes injusticias. Lo que sí marcó la época fue el pertinaz espíritu de rebeldía de una juventud que se oponía a los valores de sus padres y del orden establecido en las generaciones anteriores, contra el cual se enfrentaron en las latitudes más diversas. Nada más perenne y rescatable de esos días es el recuerdo de las famosas estrofas de la Edad de Acuario en Hair, la obra teatral que se estrenó en los escenarios neoyorquinos y que después dio la vuelta al mundo. “Armonía, comprensión, confianza, compasión, sin falsedades ni escarnios: místicas revelaciones en la verdadera liberación de la mente”. Todo esto puede sonar utópico y lírico en el 2008, pero el impacto iniciático que esos jóvenes autores-actores dramatizaron en los escenarios simboliza ahora la era, mucho más que las masivas revueltas políticas, un virus que llegó a las universidades americanas y europeas y que estaba muy ligado a la solidaridad antibélica contra el gobierno de EE.UU. y su involucración en la guerra de Vietnam. La pasividad y el silencio se esfumaron. “Si vas a San Francisco, ponte flores en el cabello”, cantaba el grupo The mamas and the papas. “All you need is love” coreaban Los Beatles. Y los jóvenes dejaron de moldear sus peinados y su ropa de acuerdo a los estilos del momento, porque lo que importaba era usar lo que a uno lo hacía sentirse bien. Estar fashion era estar out. La marihuana y el hashish se convirtieron en un ritual que unía a los jóvenes de ambos sexos, algo que sembró la discordia y la incomprensión en las familias, y alejaba todavía más a los hijos de los padres.Después de vivir en mayo la ocupación soviética en Praga, el director de cine checoslovaco Milos Forman buscó nuevos senderos en Nueva York y su primera película fue precisamente Taking Off (Largándose), una sátira donde los padres tratan de comprender mejor la fuga de una hija adolescente en una divertida reunión social donde los adultos prueban la marihuana. Esa ciudad fue más que nunca la capital del mundo, donde se concentraban hordas de hippies alrededor de Washington Square en el Village junto a ruidosas marchas pacifistas con miles de estudiantes quemando públicamente la bandera del país que para ellos simbolizaba guerra y muerte. Nueva York era también una ventana abierta a un mundo occidental que parecía al borde del colapso y donde la vanguardia estudiantil siempre tenía un matiz de izquierda, venga de China o de donde sea. Los temas sexuales salieron del clóset y se vivió un destape nunca visto. Una de las escenas cruciales de Hair era el nudismo frontal masculino y femenino en una secuencia, algo que no se había visto jamás en Broadway. La resistencia de la no-violencia ante autoridades represivas requería creatividad desmedida y sobre todo autenticidad. Las transmisiones en vivo de los medios de televisión cubriendo las noticias de la guerra también influenciaron tremendamente a un público mundial que no había estado expuesto a la crudeza de los hechos. El escritor neoyorquino Mark Kurlansky describe el espíritu de la juventud perfectamente en su libro 1968 El año que estremeció el mundo. “Lo excepcional de 1968 era que la rebelión estaba encauzada hacia enfoques diferentes y lo único en común era ese deseo de rebelión, una alienación palpable hacia el orden establecido y el autoritarismo”, dice. Esto podía venir de un régimen comunista o capitalista. Los jóvenes no lo aceptaban. Había un rechazo permanente hacia las instituciones, los líderes y partidos políticos. Tampoco fue un movimiento anarquista. Era una corriente de jóvenes soñadores que se despegaron drásticamente de las comodidades y de la manipulación publicitaria, buscando senderos desconocidos sin metas claras. Irónicamente, muchos de los que vivieron la época ahora son parte de las nuevas variaciones del orden mundial. Daniel Cohn-Bendit era Danny “el rojo” en 1968. Ahora es militante “verde” y pacifista de las causas ecologistas. A pesar de sus trágicas turbulencias, se recuerda 1968 con nostalgia, porque se trató de visionar una esperanza en un mundo sin brújula.Héctor NapolitanoPara mayo del 68, el Viejo Napo ya tocaba guitarra, llevaba plata a su casa y se mantenía. Tenía 14 años, el pelo largo y la rebeldía marcada en el cuerpo. Literalmente, había decidido sacarse la camisa y andar con pantalones rotos llevando su música.“La ropa rota era nuestro segundo pellejo”. Era también una forma de protesta, de rebelión”, dice Héctor Napolitano, ante la actitud mojigata de una sociedad que escondía sus vicios.Lo marcó esa transformación social del 68, un año en que con su grupo Los Apóstoles marcaron “las primeras demostraciones contestarias y desafiantes ante nuestra sociedad”, recuerda Napo.El acceso a la información era limitado en ese tiempo, pero a ellos les llegaba del movimiento hippie, sobre las manifestaciones en contra de la guerra de Vietnam. Y fueron involucrándose en esa corriente que no arrastraba con fuerza a los jóvenes contemporáneos a él. “De repente empezó a aparecer gente con el pelo largo, los pantalones campana, y esto era muy pintoresco. La gente nos miraba como si fuéramos primos hermanos de los payasos, porque no teníamos un lenguaje político contestatario –aparte no nos interesaba– sino que de la ola enorme que venía de afuera nosotros acá en el Ecuador nos quedamos con la parte de paz, música y amor”.Era lo que pretendían transmitir con su música, aparte de decirle al país que hay otra sociedad y quieren ser escuchados. “Se estaba reclamando un trato más justo al derecho a disentir, a hablar y de expresarse. Y los jóvenes teníamos que cortarnos el pelo como conscriptos y dijimos no, que nos crezca hasta donde sea. Que tenemos que comer a tal hora, pues no comemos”.Con la rebeldía también se popularizó el consumo de marihuana, aunque Napo confiesa que se relacionada con las más bajas pasiones y la delincuencia.Él se siente parte de esa ola que trajo mayo 68 y dice que fue un movimiento –junto con los hippies– que ayudó a despertar la conciencia juvenil, a dejar de lado “la dictadura familiar” y a tener voz sin esperar a tener más de 30. Lo beneficioso, comenta Napo, es que fue una rebelión “llena de colores y alegría”, aunque se fue perdiendo a través del tiempo, “porque esta sociedad no dejó, no vio…” .