Es fundadora y directora de la escuela Presidente Alfaro, que acaba de conmemorar  49 años de creación. Familias enteras de Guayaquil se han educado en sus aulas. Literalmente Adda Quintero de Aguirre vive para la escuela Presidente Alfaro. La única frontera entre su trabajo y su casa es una puerta blanca de madera que separa la sala de la dirección, pero que al mismo tiempo la mantiene unida  a esa pasión que descubrió desde que era niña: enseñar. La señorita Adda, como la llaman generaciones de sus alumnos, puso su casa, ubicada en O’Connors y Bogotá, en el sur de la ciudad, para fundar la escuela, el 25 de abril de 1959. Fue su segunda contribución. La primera había sido su conocimiento de la educación y la propuesta de crear un plantel donde la calidad en la enseñanza fuera la prioridad. “La idea nace desde pequeñita porque me gustaba ser maestra”, cuenta. Heredó la vocación y la mística por educar de sus padres, Salomón Quintero Briones y María Estrada Hernández. Él era maestro de matemáticas y ella de castellano, así que las clases para sus catorce hijos (ocho varones y seis mujeres) nunca faltaban. Adda Quintero es la tercera de sus hermanos y la mayor de las mujeres. La profesión de sus padres siempre la atrajo, pero su incentivo diario eran dos reconocimientos que ellos habían recibido por su trabajo. “En mi casa había dos diplomas grandes de mis papás que habían ganado las sabatinas entre las escuelitas de Guayaquil sobre matemáticas y castellano y en nuestra sala había pizarras donde mi papá y mi mamá nos enseñaban. Desde que vi esas imágenes supe que quería ser maestra”. Su padre también había percibido esa inclinación y le compraba hojas de papel periódico para armar libretitas, que fueron los cuadernos para sus primeros alumnos: sus hermanos. Con la pizarra de la sala  y las técnicas de sumar y restar que su papá le había enseñado, ella empezó a hacer las prácticas de profesora. “Les hacía (a sus hermanos) cantar, bailar, que digan recitaciones, trabalenguas, adivinanzas.. Eso me sirvió, porque una vez que terminé la primaria me preguntaron qué quería estudiar y dije quiero ser maestra, y me mandaron al Rita Lecumberri”. Ahí continuó su formación. Más tarde pasó a la Universidad de Guayaquil, donde se graduó, en 1953, como profesora de enseñanza secundaria en la especialización de Literatura e Idioma y, en 1959, como licenciada en Filosofía. Recién graduada del colegio, con 18 años, la señorita Adda  consiguió trabajo como maestra en la Escuela Fiscal Nº 20 José Herboso y empezó una carrera que continuó por la escuela Sebastián de Benalcázar, el Jardín de Infantes Esperanza Caputi Olvera, en el colegio 28 de Mayo y en el Normal Superior Nº 2. Los iniciosDespués de once años de labores, se animó a crear una escuela donde podía implementar los conocimientos que había pulido y la especialización que acababa de hacer en Chile. Su nombre, Presidente Alfaro, nació no solo como homenaje al Viejo Luchador sino como un recuerdo a su bisabuelo, el Tnte. Crnel. Tomás Hernández, quien militó en las filas del General. Se inició con un grupo de amigos en esa casa de dos plantas, donde el estero reemplazaba a las veredas que hoy circundan el plantel y los manglares marcaban el fin de la ciudad. Después asumió sola la dirección de la institución. Se pone nostálgica. Pero no deja que su voz delicada se quiebre ni que se borre la sonrisa con la que siempre recibe a todos, a los padres de familia que suben a saludarla, a los niños que van a preguntar por alguna de sus profesoras y a los ex estudiantes que pasan a visitar a su siempre maestra. Ese día, uno de sus ex alumnos, ahora ingeniero, entra para darle un abrazo, decirle que los años no han pasado por ella y que estará en la reunión de ex alumnos (se desarrolló el pasado 26 de abril). Ella se emociona, expresa que debe tomarse una pastilla para los nervios porque –de seguro– terminará con lágrimas rodando por sus mejillas. Es que por sus aulas han pasado generaciones de familias guayaquileñas: padres, hijos, primos y hermanos. Ella recuerda a la mayoría y tiene en un listado los grupos de familiares cuyos estudiantes se destacan ahora como abogados, artistas, periodistas, médicos... Entre ellos cita a las familias Sandoval Villamar, Johnson Rodríguez, Defina Bucaram, Durán Mackliff, Mauggé Erazo, Gil Estrada, Vinueza Ocaña, Vinueza Mazón, Vinueza Vinueza,  Sacoto Sánchez, Sacoto Hidalgo, Sacoto Mosquera, Quintero Viteri, Quintero Vera, Quintero Zelaya, Quintero Touma, Zelaya Pisco, Zelaya Ponce, Zelaya Gamboa, Gamboa Solís, Saad de Janón, De Janón Rodríguez, Tagle Saad, De Janón Quevedo, De Janón Torres, Estarellas Velásquez, Pólit Herrería. Adda Quintero bromea y dice que ahora pasan por la escuela sus nietos, “porque ya estuvieron por acá los papás que fueron mis hijos”. Cientos de hijosLa señorita Adda no tuvo descendencia, pero los estudiantes han ocupado sus atenciones de madre educadora a lo largo de seis décadas de profesión. “Cuando se es maestra parece que uno vive con los chicos, son cientos de hijos. Yo volqué todo mi amor, mi cariño, mi capacidad en ellos”. Cada día es una jornada dedicada a ellos. A las 06:00 ya está lista para cruzar la puerta hacia la escuela, revisar que las aulas estén en orden y recibir a los primeros estudiantes. También prepara el salón de juegos, para que los más pequeños se entretengan y no corran tras las faldas de la mamá. Son tácticas que ha aplicado durante su vida de profesora y que hoy transmite a los otros quince maestros que laboran en el  plantel. A ellos también les da clases –entre enero y marzo– para explicar la metodología de trabajo que deben aplicar con los alumnos. En eso es estricta y no cede. Por eso desde que se creó el plantel ha evaluado y escogido a los profesores. “Hay que tener paciencia y dedicación y cuando les enseño algo les digo así también con sus niños”.  Ella reconoce que maneja su carácter, aunque nunca pierde lo risueña. Tampoco lo entusiasta. En dos ocasiones interrumpe la entrevista y corre a la ventana para escuchar al coro de niños que en el patio entona El aguacate y Adoración. Tararea y sigue la canción hasta el final. Cuando los aplausos suenan, sonríe complacida y vuelve a la conversación. Se siente satisfecha por la educación que se ha impartido y porque la escuela ha logrado ser reconocida. Ella, integrante hasta hoy del grupo Scout, también ha sido distinguida por su labor. Ha recibido dos medallas Al Mérito Educativo por parte del Gobierno y el Congreso Nacional y, como homenaje, las aulas de cuatro escuelas fiscales llevan su nombre. Las aulas son su vida. En el plantel da clases de castellano a los chicos de tercero, quinto y séptimo, y aunque tiene 78 años de edad y 60 de profesión, jubilarse no está en  sus planes. Quiere seguir educando a otras generaciones y cruzando esa puerta blanca de madera, cada día, “hasta que Dios me ayude”.