El uruguayo Mario Benedetti reflexiona sobre la muerte, a la que define como la cumbre de la sencillez, el calvario, como el destino de los calvos, y lo consuetudinario como la forma más larga de la costumbre, en su libro Vivir adrede, un contrato de permanencia activa y vigilante en un mundo al que llegó hace ya 87 años.
"No voy a irme así nomás. Tendrán que echarme sin motivo. Yo y mis talones en la Tierra decidimos no, que aguantaremos", advierte en esta obra, que edita ahora en España Alfaguara, y en el que desgrana un discurso sagaz, divertido y tierno sobre los males que azotan al siglo, desde la guerra a las drogas pasando por la destrucción del medio ambiente.
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En la primera parte del libro, que se estructura en los apartados Vivir, Adrede y Cachivaches, habla del paso del tiempo, de la idea de trascendencia y de la actitud ante la vida, con la lucidez de quien ha vivido los idealismos en su juventud para acabar comprobando que "todo sigue igual" y que la esencia y los fantasmas del ser humano son los mismos.
"El miedo nos abre los ojos y nos cierra los puños", reconoce el escritor, que está seguro de que en este mundo hay que tomar partido porque "los escépticos van y vienen sin nada. Y, lo que es peor, sin nadie".
"Cuidado con desanimarse si algún tonto nos dice que nos falta un tornillo", previene y subraya que "todo mandante, ya sea el mandamás o el mandamenos, se afana (sobre todo cuando se afana) en no ser sencillo".
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De su paso por el mundo ha aprendido que "hay varias especies de miserables", entre ellos, "por supuesto", los asesinos, los canallas, los uxoricidas, los degolladores, los verdugos, los envenenadores y los parricidas".
Pero también "los recónditos, ladinos, furtivos, solapados, que se enmascaran de honestos, se camuflan de héroes, se fingen generosos" para conseguir su "loca ambición" que no es otra que el poder.