Ya habían pasado por el escenario agrupaciones juveniles cristianas de danza callejera y canción urbana, a más de Calino Raper, Los Activados, Pregoneros y la dominicana Isabel Valdés había cantado: “Cuando alguien te falla/ Dios está ahí/ Cuando ya no hay palabras/ y crees que tu historia se terminó/ Dios está ahí”.
El público era juvenil, cristianos o fanáticos de Vico C, ícono de la cultura urbana latina. Sus canciones reflejan su filosofía de vida, cuentan su antigua adicción a las drogas hasta su actual entrega a Cristo.
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A las 20:30 cuando Vico C saltó a escena, el público explotó en gritos, aplausos y alabanzas. El puertorriqueño no hace uso de mezclas de consola, sino que lo respalda un conjunto de siete músicos y dos coristas.
Empieza su actuación totalmente vestido de negro, a excepción de una chaqueta plateada, de la que se despoja por el calor. Su dominio del escenario agiganta su escasa estatura. Agita al público, salta y antes de cada interpretación cuenta por qué escribió cada canción.
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El público salta al sonar Al que le brinque o se pone romántico con Lo grande que es perdonar –Vico C se arrodilla y mira al cielo– o con 5 de Septiembre que escribió cuando estuvo en la cárcel. La energética descarga sigue con Tony Presidiario y un puñado más de temas.
En la pista algunos empiezan a girar como trompos. La mayoría salta, no todos, la niña Juliana Alcívar llegó en silla de ruedas. “Hemos venido a disfrutar de estas alabanzas porque los cristianos somos sanamente alegres”, expresa María Briones, madre de la pequeña.
Vico C expresa que sus canciones son historias reales y que él solo reflexiona, promociona una vida sana: “Soy un filósofo sin doctorado/ Porque en la calle yo me he graduado”.
Cerca de las 21:00 se despide, desaparece. Otra vez, como al inicio, se escuchan los gritos de “Queremos a Vico” y retorna con el último de sus éxitos La vecinita tiene antojo. La noche del domingo, Vico C hizo lo suyo, cantar su filosofía de vida.