Los hermanos franciscanos del convento Nuestra Señora de los Ángeles  todavía conservan la tradición  de entregar alimento a los ancianos sin recursos económicos que acuden a ellos.

Todos los días, de 08:00 a 09:30, una larga columna se forma ante la portería del convento Nuestra Señora de los Ángeles, al lado de la iglesia San Francisco, en el centro de Guayaquil.

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Son personas de escasos recursos que reciben dos panes para su desayuno. Los miércoles, la hilera es doble porque a los ancianos y minusválidos les entregan en una fundita plástica un dólar en 100 monedas de un centavo.

Asimismo los martes, a los que asisten a las misas de San Antonio de 11:00 y 19:00 les dan un pan.

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Pocas de esas personas que llegan tras el pan conocen que fue el italiano San Francisco de Asís (1182-226) quien fundó la Orden de los Frailes Menores (OFM), conocidos como los franciscanos.

Después de una juventud disipada, renunció a los bienes paternos y se entregó a Dios abrazando la pobreza y vivió predicando Su amor.

Era conocido como el Pobre de Asís por su matrimonio con la pobreza, su amor por los pajarillos y la naturaleza. “San Francisco fue el defensor de la naturaleza, por eso es el patrono de los ecologistas”, manifiesta fray Ernesto Echeverría, imbabureño de 68 años, superior del convento y párroco de la iglesia. Luce el tradicional hábito café con un cordón amarrado a la cintura.

Aclara que entre los franciscanos no hay un superior, existe el guardián que la oficia de superior, “pero si les digo a la gente que soy el guardián piensan que soy un vigilante”. Echeverría dice que siempre  atienden a los pobres manteniendo vivas las enseñanzas del fundador.

Antes, en todos los conventos franciscanos –Azogues, Guayaquil, Quito, Riobamba, etcétera–  había una cocina especial para preparar la comida de los pobres. En esos tiempos los hermanitos salían al campo a pedir limosnas y les daban maíz, fréjol, cebada, trigo, entre otros alimentos, que servían para prepararles la comida.

Pero con el pasar de los tiempos, la gente empezó a dar limosna en dinero y se optó por el pan. “Es una ayuda porque para algunos ese es el único desayuno que tienen”, afirma el fray entre el repicar de las campanas que convocan a misa.

El encargado de entregar los panes es Salvador Alejandro, el hermano portero que recuerda que en 1964 todas las mañanas acudían a los mercados a solicitar limosnas para el almuerzo de los pobres hasta que el alcalde Carlos Luis Plaza Dañín lo prohibió a pretexto de adecentar la plaza San Francisco, porque al mediodía se llenaba de necesitados.

Todas las mañanas reparten 1.000 panes. De lunes a jueves los compran en una panadería. Los que regalan los viernes, sábados y domingos los preparan las hermanas clarisas en el monasterio de Santa Clara del Guasmo.

Cuenta el fray Echeverría que los miércoles reparten un dólar a cerca de 180 ancianos y minusválidos. “Usted ve la columna enorme de los que vienen a recibir su dolarcito en centavos que para el pobre es una ayuda. ¿A quién no le falta un centavo, diga usted?”, interroga el franciscano. Esas cien monedas dentro de la funda plástica son los centavitos que los fieles dan de la limosna en las misas. “En vez de depositarlas en el banco se las damos a los pobres”.

Comenta que es por San Antonio de Padua que reparten panes, porque este es el símbolo de la caridad que tenía el santo con los pobres.
“Nosotros los franciscanos llamamos pan de San Antonio a toda obra social que hacemos. Pan de San Antonio significa el amor de los franciscanos hacia los pobres”, refiere el religioso.  

A las 09:15 del anterior miércoles, la gente necesitada no cesaba de llegar tras panes y centavitos. Tras el pan de San Antonio, el pan de los pobres.

“Estos panes junto a un tinto son mi desayuno, y los centavitos que dan los padrecitos sirven de ayuda”.
Gloria Morante,
85 años