La colección Grandes autores guayaquileños  del Municipio de Guayaquil se completó con la obra selecta de este escritor ecuatoriano, que perteneció al denominado Grupo de Guayaquil.

La publicación de la obra selecta de Enrique Gil Gilbert (1912-1973) cerró la colección Grandes autores guayaquileños, publicada por la Municipalidad de Guayaquil, bajo la edición de Javier Vásconez y Melvin Hoyos.

Publicidad

Siete títulos que constituyen un hecho inédito en el país. Una ciudad y un Cabildo que se propusieron consagrar a sus siete autores emblemáticos, escogidos no por azar, no en el marco de ediciones desordenadas y esporádicas, sino concebidas como un proyecto editorial maduro que arrancó en julio del 2004, con la publicación de las obras completas de Medardo Ángel Silva.

Dos hitos, dos símbolos abrieron y cerraron esta edición de clásicos guayaquileños, que incluyó a un lojano avecindado en Guayaquil la mayor parte de su vida, Ángel Felicísimo Rojas.

Publicidad

La abrió Silva, quien inauguró la poesía ecuatoriana en el pleno sentido de la palabra dentro del modernismo de principios del siglo XX,  y la cierra Gil Gilbert, cuyo cuento El malo abre el libro de relatos que marca el nacimiento de la literatura ecuatoriana contemporánea: Los que se van, con cuentos de Gil Gilbert, Gallegos Lara y Aguilera Malta, dos autores estos últimos que integraron, a su vez, la colección de estos clásicos.

En efecto, ese breve cuento de Gil Gilbert, El malo, de apenas siete páginas, el primero de los relatos de Los que se van, reúne apretadamente la propuesta literaria del realismo costeño del Ecuador.
Concebido casi como un coro que, de una voz individual, va fundiéndose en una voz colectiva, contiene tres elementos sobre los que girará posteriormente la obra del Grupo de Guayaquil.

Estos son el lenguaje montubio mimetizado con un manejo de enorme audacia y libertad por Gilbert –a momentos casi interjecciones guturales, movimientos imperceptibles de los labios, sonidos que nacen del fondo del espanto o de la angustia de quien los pronuncia–; la presencia de los mitos religiosos en la vida cotidiana rural –en este caso el diablo encarnado en el protagonista–; y la violencia y ternura a la vez con la que vive la comunidad montubia su pobreza y su intensa relación con la naturaleza que la circunda y le marca su destino.

A momentos, la estructura del relato evoca un poema en el que se va encabalgando la situación narrada –pinturas verbales   llamó el crítico Karl Heise al estilo literario de este autor–, bajo el ritmo vertiginoso con el que se cumple un destino trágico. Allí, en ese cuento, está trazada la síntesis del realismo social de nuestro país.

Más tarde, Gil Gilbert publica la novela Yunga (1933); un nuevo libro de cuentos de intenso lirismo, Relatos de Emmanuel (1939); y culmina lo fundamental de su obra con Nuestro pan (1942), extenso relato en torno a la vida de los sembradores de arroz a los que la familia de Gil Gilbert estuvo vinculada.

Nuestro pan, de estructura compleja, ha sido elogiada precisamente por esa complejidad que ha llevado también a más de un crítico a señalar desniveles y desigualdades; pero que guarda un estilo descriptivo muy preciso y tajante, recurriendo constantemente al símil lírico entre el gesto humano y la presencia arrolladora de la naturaleza tropical...
desde la primera frase de la novela: “El viento se curvaba como un machete nuevo, desmelenando los árboles y escamando el lomo de un toro viejo del río”.

Un lirismo presente desde esa primera frase hasta la sentencia última, que anuncia un tono mítico que más tarde será recogido por la mejor literatura latinoamericana:

“Aquí estoy durmiéndome y siento que sobre mis párpados está nevando, fría, la eternidad”.

“Leer una novela de Gil Gilbert es como visitar una galería de pinturas impresionistas (...) El autor crea esas pinturas verbales con un amplio rasgo de ingenio. Usando, relativamente, muy pocas palabras, casi todas ellas seleccionadas para comunicarnos una acción y a veces un ritmo.

Los caracteres son desarrollados principalmente por sus palabras y sus hechos. Hasta las escenas que tratan de elementos naturales, usualmente considerados inanimados, murmuran sonidos y vibran. La interacción entre el hombre y la naturaleza es transmitida a través de imágenes que sugieren el diálogo y el movimiento. Las descripciones del medio ambiente físico las ofrece con la evocación de sonidos y olores naturales”, escribe Karl Heise.

Luego de Nuestro pan, Gil Gilbert prácticamente se acoge al silencio literario. Dedicará su vida a la militancia política, hasta su muerte ocurrida en 1973. Si esta selección de su obra cierra la edición de clásicos guayaquileños, se anuncian nuevos proyectos editoriales de la Municipalidad, posiblemente una colección de novelas actuales, escritas en las últimas tres décadas y, esta vez, de autores de las distintas regiones del país.