Desde que tengo uso de razón (mi edad es de 48 años), frecuento el parque Centenario, y más en esta época del año en que tras el intenso sol, la noche cae y con ello la brisa deliciosa acaricia tanto el follaje de los árboles como la piel de los que luego de un día fatigante acudimos hasta el rescatado parque en mención.

Pero, oh sorpresa, el   viernes 6 de octubre lo cerraron desde las 16h00. Los amigos que lo frecuentamos nos vimos impedidos de ingresar; el Municipio porteño tenía una velada por la noche.

Intrigado, no me quedó más que hacer tiempo y esperar el paso de las horas para apreciar lo programado. Efectivamente, una de las unidades de Cultura del Municipio organizaba una kermés, con banda de música, invitados especiales, el internacional Gatica y un desfile de trajes de la época de la Colonia.

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El ingreso, como ya nos hemos acostumbrado, es con invitaciones. ¿Quién las da?, ¿cómo obtengo una? No me quedó sino pararme tras las rejas del parque Centenario... Se apreciaba el mover de personas de diferentes edades y, bueno, pensé ¡qué bonito!; miré a mi alrededor y éramos más los que no estábamos invitados a la fiestita por Guayaquil. Me sentí extraño, como indocumentado, o más; me trasladé hasta la época de la Colonia en que los nativos veían desde lejos a los encopetados degustar banquetes, lucir sus mejores trajes... Un anciano dijo: “Antes no pasaba esto. Recuerdo la inauguración... yo era muchacho...; todos estábamos aquí; era el monumento  a  los héroes de la Independencia”. Luego se retiró.

Por mi mente pasaron los otrora momentos en que veníamos a escuchar las retretas; ahora ni las veía, solo alcanzaba a oír las notas musicales de la canción Guayaquil de mis amores.

Sé que es imposible invitar a todos, pero tampoco hay que ser exclusivistas. Pero me dirán, es que dañan, pisan las plantas..., y lo que veían mis ojos era eso: los invitados, sin importar y para cortar camino, pisaban la ornamentación.

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Lo lindo y noble de Guayaquil es que se mezclan el cholo con el indio, el mestizo con el negro, el extranjero con el nacional, por eso es bella.

Eugenio B. Paladines Pérez
Guayaquil