Pudo muy bien dedicarse por entero al goce de la vida. Dirigía con total acierto su negocio, lo que debe haberle producido muy buenas ganancias. Se hubiera podido presumir que ese era el éxito que buscaba. Sin embargo, Emilio Estrada Icaza había nacido para cumplir fines trascendentes. Una vocación, completamente ajena a la de los negocios, iba a llenar su vida. En aquellos años de 1950 sintió un irresistible atractivo hacia el estudio del pasado de la nación y es así que va a dedicarse con plata y persona a los estudios arqueológicos. Para ello, con inmensa inteligencia, a más de vincularse con el Grupo de Guayaquil, estudioso de la arqueología costeña, acudió a la Smithsonian Institution a fin de solicitar una suerte de asistencia técnica. Allí encontró a dos sabios americanistas que acogieron sus inquietudes sin demora alguna: Betty Meggers y Clifford Evans, quienes a más de ser sus maestros, serían amigos consecuentes e inseparables hasta su muerte. Mediante un trabajo incansable, nos dieron a conocer la arqueología de la Costa que se dilata por más de 6.500 años. Ellos fueron los descubridores de la cultura Valdivia, hoy de trascendencia universal, y fueron los grandes innovadores científicos del conocimiento del pasado. Juntos realizaron un extenso trabajo de prospección arqueológica, habiendo detectado no solo las relaciones entre las culturas costeñas y americanas, sino postulado relaciones transatlánticas con culturas tan lejanas como las del Japón.
Estrada, además de ser el descubridor de Valdivia, es el definidor de la llamada cultura Chorrera, que según su propio pensar es el antiguo ancestro de la nación ecuatoriana. Este, su pensamiento innovador, en aquella época en que insistentemente se hablaba sobre una búsqueda de la identidad ecuatoriana, tuvo eco en el Museo del Banco Central de Quito que al abrir sus puertas en el año de 1969, descubría un país profundo y plural y sugería que nuestra nación podría tener raíces tan antiguas como las de la cultura Chorrera, es decir que se remontarían al segundo milenio antes de Cristo. Es por eso que no es nada aventurado afirmar que Emilio Estrada puede figurar entre los padres fundadores de la nación.
Es por eso que al conmemorar los 50 años de la muerte de Emilio Estrada debemos no solo realizar un cenáculo científico sino difundir extensamente, en el Ecuador profundo, su personalidad. Así mismo, debemos celebrar la presencia de Betty Meggers, amiga sincera del Ecuador que ha contribuido con una obra esencial al conocimiento de su pasado. Tampoco debemos olvidar a Clifford Evans, cuya figura está perfectamente ligada a la de su esposa Betty y a la de Emilio Estrada.
La obra de estos investigadores alentó al llamado Grupo de Guayaquil, con destacados representantes como Carlos Zevallos Menéndez, Huerta Rendón, Olaf Holm, produciéndose así una especie de “edad de oro” de la arqueología ecuatoriana.
Pero, ¿qué hubiera sido de todos sus trabajos e investigaciones si el Banco Central del Ecuador no hubiese llevado a cabo esa imponderable labor cultural? Tras de haber cumplido con una tarea fundamental de rescate del patrimonio para entregarlo a los propios ecuatorianos a través de una extensa red de museos y mediante la formación de especialistas, auspicios y colaboración con científicos.
Es fundamental ahora evocar la figura de Olaf Holm como maestro, estudioso y científico sagaz, cuyo aporte es imprescindible para conocer al Ecuador antiguo. Como su director promovió la construcción del nuevo museo y del Parque Histórico de Guayaquil.
*Ex Subdirector General para la Cultura de la Unesco - París