David Harutyunyan había dirigido exitosamente en Quito la Sinfonía Concertante de Mozart para violín y viola con los solistas Iván Fabre y Claudio Panko. El maestro Álvaro Manzano es siempre huésped muy grato de Guayaquil; aprecia mucho trabajar aquí.
Para quienes asistieron al concierto del viernes, en el Centro de Arte, la cohesión y el progreso de nuestra Orquesta Sinfónica se hicieron evidentes. A través de los años, el repertorio se ha ensanchado, es relevante notar que podemos presentar con la adecuada consistencia sinfonías de Brahms, Mahler y quizás llegar pronto a Bruckner. La orquesta de 1970 estaba integrada por veinte músicos. Con el tiempo incrementó el número de sus ejecutantes. Si bien es cierto que no nos vendrían mal unas veinte cuerdas más, tuvimos una loable interpretación de la primera sinfonía de Brahms, obra difícil en la que se destacan los solistas. El abreboca lírico de la noche, con arias bien interpretadas por Viviana y Álex Rodríguez, presagió que podríamos reanudar con una temporada de óperas ligeras en diciembre, empezando con el esperado Elíxir de amor (Donizetti).
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Alejandro Ormaza interpretó el Concierto Nº 21 para piano y orquesta, de Mozart. Es uno de los más conocidos ya que su andante fue música de fondo para la película Elvira Madigan. Como tal, figura en numerosos discos antológicos. Más allá de aquella emotiva melodía con cuerdas en sordina y frecuente pizzicato, encontramos el virtuosismo desplegado por el solista en el primero y el último movimiento. Dosificando perfectamente claridad en los tramos más veloces, supo destilar el sentimiento adecuado sin caer en lo almibarado. La técnica jamás se volvió fría o matemática. La propia expresión gestual indicaba concentración y fluidez en la interpretación.
Reinaldo Cañizares ha formado a unos cuantos excelentes solistas.
Brahms era el plato fuerte de la noche. Sabemos que el compositor alemán sentía temor de abordar el gran registro de la sinfonía. Más de catorce años después de escribir el inicio de la primera, se atrevió a presentarla al público (1876). Llegó incluso a decir: “Nunca compondré una sinfonía. No tienen idea de cómo nos sentimos las personas como nosotros, cuando oímos los pasos de un gigante como él detrás”. Obviamente se refería a Beethoven.
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Brahms logró mantener el mismo equilibrio entre clasicismo y romanticismo.
En el Centro de Arte fue grato notar la compenetración que existió entre Manzano y los músicos, la excelente soltura de los solistas (la frase coral de tres trombones y tres fagotes, la llamada del corno con cuerdas en sordina, el tramo de pizzicato que aumenta progresivamente su ritmo, notable prestación del oboe y del clarinete). Todo nos habló de colores llamativos, excelente orquestación. Creo que la frase coral original de los metales incluye un contrafagot y, si no mal recuerdo, tiene que existir uno en la bodega de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil.
El último movimiento, después de una larga e intensa introducción, presenta un tema melódico muy pegajoso. La estructura misma de aquella parte presenta cierta afinidad con el final de la Novena de Beethoven. Tal vez por esta razón, el director y compositor Hans Von Bulow, primer esposo de Cosima Liszt, calificó a la primera sinfonía de Brahms como “la décima de Beethoven”.