“Nosotros vivimos aquí pero sin saber ni cómo hemos llegado. Dicen que nuestra descendencia es de África, pero yo solo he visto a esos niños desnutridos en Ruanda”, explica Emma Chalá, una negra recia y sobria de unos 60 años, quien recomienda buscar a los integrantes de la Banda Mocha. Tal vez ellos sepan, son los únicos viejos que aún tienen memoria.
Segundo Arcesio Carabalí, de 73 años, es uno de los trece integrantes de esta banda, la más antigua de la zona. Él toca el puro (una calabaza que parece una berenjena gigante) y a veces también la hoja de naranja que, según él, suena como el clarinete.
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Arcesio cuenta detenidamente cómo sus ancestros lograron sacarle música hasta al cogoyo (tronco) de la cabuya; cómo él y sus amigos formaron el primer equipo de fútbol de Chalguayacu y lo llamaron “Club México”; y cómo se construían las casas de paja, espinos y guarango. Pero no sabe porqué llegó a este valle sin sombras.
El antropólogo José Chalá es quien conoce la historia. Cuenta que fue a inicios del siglo XVII cuando los jesuitas introducen la población afrochoteña a esta zona. De Cartagena de Indias, donde tenía lugar el mercado de esclavos, son tomados y traídos por tierra a las comunidades que hoy se llaman Concepción, Cuajar, Caldera, Chalguayacu y Carpuela, en Imbabura y Carchi. Allí, los jesuitas proyectaban cultivar olivos y uvas pero ante la negativa de la Corona Española decidieron plantar caña de azúcar.
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Chalguayacu, Piquiucho y Caldera eran parte de esas haciendas. El pueblo de El Chota, en cambio, fue fundado por negros cimarrones que se fugaron de ellas. El Juncal nació hace unos 100 años con gente que también salió de Caldera, pero expulsada, “porque eran negros revoltosos”.
Ya para entonces los propietarios de las haciendas eran “gente de poder, de Quito, Ibarra y el Carchi”, porque los jesuitas fueron expulsados de la Real Audiencia de Quito en 1857, seis años después de que José María Urbina declarara la abolición de la esclavitud para los afroecuatorianos.
Pero ese decreto de libertad no significó nada para ellos porque no les dieron tierra. Los nuevos hacendados quisieron sacarlos pero se quedaron.
La tierra solo fue suya, en parte, 300 años después cuando mediante la Reforma Agraria (1963) se expropiaron las haciendas. “Dieron entre 2 y 3 hectáreas por familia pero hoy muchos que no tienen nada”, explica Chalá.