El escritor integró  Elan, junto a  Dávila Andrade, Salazar Tamariz, Cordero Espinosa, Jara Hidrovo y Vanegas  Andrade. Compartió con ellos algo de lo telúrico y lo oscuro de su generación.

La Casa de la Cultura Ecuatoriana matriz ha puesto    en circulación un nuevo volumen de su colección Memoria de vida, dedicada a poetas del siglo XX que han fallecido, con la obra de Eugenio Moreno Heredia, título que se suma a los dedicados a Miguel Ángel Zambrano, Francisco Tobar García  y Hugo Mayo.

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Moreno Heredia (1925-1997) llega a la poesía ecuatoriana junto a un grupo de notables creadores cuencanos, reunidos en lo que se llamó el Grupo Elan, en una época en que a los poetas del país les invadió el prurito de formar agrupaciones con nombres sonoros: Elan,  Madrugada, Presencia, Umbral, Caminos; hasta que llegaron los que irían  a desacralizar la elevación poética de los nombres, para fundar, en los años sesenta, el grupo Tzántzicos.

Moreno Heredia fue Elan, junto a César Dávila Andrade, Hugo Salazar Tamariz, Jacinto Cordero Espinosa, Efraín Jara Hidrovo, Teodoro Vanegas  Andrade. Compartió con ellos algo de lo telúrico y lo oscuro de su generación,  algo también de cierta epicidad para cantar la violencia del paisaje y del hombre andino, presente, igualmente, en creadores como Dávila Andrade o Carrera Andrade, contemporáneos de Moreno.

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“En la profunda noche interandina/  oigo un rumor de ríos bajando,/ de infiernos desatados contra la cordillera/ y entre el aire de oscuro metal vibrante, el vuelo de los cóndores”.

Ese aliento intenso aparecerá también en otros paisajes de  Moreno, en los que lleva el verso a sus extremos para intentar abarcar inmensidades.

Dice el poema Baltra: “En qué noche de altas mareas y de monstruos/ violando el gran sello nocturno del océano/  surgió desde su fondo tenebroso/ tu silueta de amarga soledad”.

Así rezan los versos de uno de los libros de la madurez de Moreno Heredia. Una poesía que le aproxima al Dávila Andrade de Catedral salvaje o algunos de los cantos al país natal de Carrera Andrade.

“Vengo desde una antigua familia de alfareros”, dirá un verso de Moreno, que comparte con los poetas de su generación el reencuentro con la gente del país, con la más lejana, remota fuente de origen, la portadora de identidades… “su barro arde en mi sangre,/ para expresarlo quiero/ una tarde de lluvia con cántaros de arcilla”, continúa el verso, en la evocación de un pasado de tierra.

Para referirse a la emoción que habita en su poesía,  Hernán Rodríguez Castelo va a detenerse en forma particular en dos libros: Baltra y Ecuador,  padre nuestro:

“Nunca fue más grande esa imagen –animada por emoción profunda– que en Baltra, y a lo más que se podía llegar sin dar en elocuencia retórica fue Ecuador, padre nuestro –las dos piezas de madurez–. La selección de imágenes telúricas, de rica expresividad y grave pasión nostálgica, y el ritmo son las claves de esa grandeza como de salmo o himno de Ecuador, padre nuestro.

El reto que Moreno Heredia se plantea en este libro, citado por Rodríguez Castelo,  lo pone al borde de la poesía  onomástica y localista –los poemas se titulan Eloy Alfaro, Cordillera de Chanchán, Cerro del Cajas, Rumiñahui, Balada del Mitimae, etcétera–; sin embargo, el poeta explora un poco más allá, matiza el panegírico,  busca los ángulos que se ocultan en lo imponente del paisaje o el cliché del héroe; vence finalmente la emoción que salva muchos de esos versos.

Para referirse a su lenguaje lírico, Sonia Moreno, que realiza el estudio introductorio a la publicación de la Casa de la Cultura, evoca “la proliferación de metáforas, comparaciones e imágenes que tienen un origen inmediato en elementos de la naturaleza, resultando expresiones animizantes en donde los seres vivos de la naturaleza son tomados como parte esencial del sentir humano”.

Y Susana Cordero de Espinosa afirma en la misma publicación, que “en la poesía de Moreno Heredia, confluyen todos los modos de gozo y de infortunio, los problemas más hondos del hombre individual y del hombre colectivo…”.

Eugenio Moreno publica su primer poemario, Caravana  a la noche, en 1948, y le siguen Clamor del polvo herido (1949), La voz del hombre (1951), Poemas de la paz (1952), Baltra (1960), Poemas para niños (1962), Ecuador, padre nuestro (1968), Sólo el hombre (1972), Trilogía de la patria (1978), A tiempo de salvarnos (1981), que fuera un texto trabajado conjuntamente con Agustín Cueva Tamariz. En los últimos años editará dos antologías.