Se suele decir que el orden de los factores no altera el producto. Pero esto no siempre es verdad, ni siquiera para las operaciones aritméticas fundamentales. Se puede sumar o multiplicar correctamente con indiferencia del orden de los factores. No así cuando se pretende restar o dividir.  Mucho menos cuando se trata del correcto ejercicio de las operaciones humanas fundamentales de pensar y actuar. Si se invierten en este caso los factores, actuando primero y pensando después –como me parece que suele ocurrir en nuestro país, sobre todo en el ámbito de la cosa pública– los resultados no salen o, mejor dicho, salen mal.

Eso es lo que está ocurriendo en dos cuestiones vitales que ocupan el primer plano de las noticias: la negociación de un TLC con nuestro primer socio comercial, Estados Unidos;  y la renegociación –por haber negociado mal los contratos actuales vigentes– con las empresas petroleras extranjeras cuya inversión y gestión requiere el Estado para aprovechar sus hidrocarburos. Ambas cuestiones están de hecho relacionadas, aunque queramos negarlo, tapando el sol con un dedo como vulgarmente se dice. Todos sabemos que tanto el entrabamiento cuanto el desentrabamiento de ambas van de la mano, aunque el mano a mano suceda  debajo de la mesa.

Por cierto que Estados Unidos es la primera potencia mundial, despiadada como lo son y lo han sido, en muchos sentidos, todas las potencias internacionales. Y también que las grandes empresas petroleras –entre ellas algunas de origen norteamericano– no son entes filantrópicos sino pájaros de alto vuelo, listos para la cacería sin remilgos éticos. Pero también es cierto que resulta de nuestro mayor interés nacional y, más aún, en las circunstancias del Ecuador dentro del mundo global contemporáneo, que tenemos necesidad imperiosa de negociar con Estados Unidos y con las petroleras extranjeras del mejor modo posible.

Lamentablemente ni al TLC con Estados Unidos, ni a la renegociación de los contratos mal negociados inicialmente con las petroleras, les ha dado el Gobierno ecuatoriano la atención de prioridad, con la estrategia más adecuada que correspondía. Más bien sus preocupaciones y el énfasis de sus mensajes, dentro y fuera del país,  han estado casi un año en otras cosas que suenan  muy bien, superlativas y hasta heroicas, como “la refundación de la República” y “la defensa de la soberanía”.

Ahora, en las postrimerías del actual Gobierno, en carrera contra el tiempo porque el tren del TLC con Estados Unidos –al que ya se subieron nuestros vecinos Perú y Colombia– sigue su marcha,  en momentos que el fluctuante precio referencial del crudo petrolero pasa nuevamente de 70 dólares el barril, del que las petroleras extranjeras aprovechan desequilibrada e impúdicamente gracias a los contratos que por tontería, por picardía o por ambas cosas firmamos solemnemente… recién ahora parece que quisiéramos poner en orden los factores de pensar primero y actuar después, para salir del atolladero y  enderezar entuertos.

No es la primera vez en nuestra historia que neciamente llegamos a  gravísimos extremos. Y  me parece que lo que ahora nos corresponde al común de los ecuatorianos es apoyar con sentido crítico y constructivo a nuestros negociadores en tan difícil trance. Al jefe de la misión negociadora del TLC, que está haciendo todo lo que puede junto con su equipo. Así como a la comisión especial para la renegociación con las petroleras, integrada por los ministros de Energía, Economía y Relaciones Exteriores. Ojalá ellos y todos pensemos primero y actuemos  después.