El proyecto editorial del escritor y crítico de arte, Marco Antonio Rodríguez, actual presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, es digno de tomarse muy en cuenta.  Las colecciones dedicadas al sector más olvidado (e incomprendido, agrego yo) de la literatura que es la poesía, Memoria viva y Poesía junta,  ya suponen una contribución efectiva para mantenernos abiertos a ese caudal lingüístico del que provenimos, tanto como de la sangre y de la cultura.  La palabra poética nos dice, nos contiene y nos futuriza (valga el neologismo).

Ahora la publicación de libros de parte de “la Casa” da un paso notable: ponernos al alcance de la mano seis preciosos tomos en que se recoge una vida literaria, una empresa de escritura a cuya sola contemplación, sin siquiera abrirlos, cabe exclamar que su autor ya “habita entre nosotros” de manera definitiva.  Jorge Enrique Adoum lo aclara desde la primera página: no son obras incompletas solamente porque él está vivo –y cualquier nuevo poema o reciente párrafo rompe el circuito cerrado de su constitución– sino porque algunos textos que luego fueron retomados y refundidos en otros, no aparecen.

Cualquiera opinaría que todo se ha dicho sobre el legado literario de Adoum, aunque esta expresión siempre es superada por las perspectivas constantemente renovadas de los enfoques multidisciplinarios que se ocupan de la literatura. Pero un esfuerzo editorial tan ambicioso no va dirigido exclusivamente hacia los especialistas.  Adoum ha sabido dirigirse al mundo en sus múltiples facetas de escritor y su lenguaje, provisto de todos los matices y perseguidor de diferentes metas, está al alcance de todos, según el caso.

Su entrega a la poesía como veta primigenia y fundamental de su quehacer,  justifica que el primer tomo agrupe los poemarios que marcan su derrotero lírico-vivencial, desde Ecuador amargo, de 1959, por el que fuera tildado de “nerudiano” por el mismo Neruda, hasta El amor desenterrado de 1993 más un par de poemas sueltos, hitos de un proceso que revela clara y distinta versología propia y que nos da como herramienta fundamental para conocernos como pueblo.

Su reflexión entregada en ensayos  ha contribuido a nuestro conocimiento y valoración de la literatura en general y de la nacional en particular. Nadie que estudie nuestro realismo puede dejar de leer La gran literatura ecuatoriana del 30, ni aquel que se plantee el análisis de los elementos culturales conformantes de la identidad ecuatoriana (por mucho que se insista en que su visión es regional) se puede dar el lujo de prescindir de Ecuador: señas particulares (1999).

El Adoum suelto, irónico, de humor culto y sardónico está en sus artículos, esas piezas que él considera provistas de materia literaria y que mes a mes nos llegaron por medio de la Revista Diners. Constituyen páginas vitales en las que el tono refuerza una elección: de Rimbaud a Montalvo; de la experiencia de ver una película a compartir un avión con extraños. Estos, junto con las poco conocidas obras de teatro arman el tercer volumen.

Así, con su trabajo memorialista que da testimonio sobre todo un período de desarrollo literario en América Latina, como con su importante huella en la narrativa de este país cifrada, más que nada, en Entre Marx y una mujer desnuda, se completa el mosaico de estas Obras (in)completas. Nos preparamos para el acontecimiento de su presentación.