El programa de la agrupación trajo tanto coreografías del cubano Jorge Alcolea, como de la ecuatoriana Isabel Bustos, educada también en Cuba.
La presentación de la Compañía Nacional de Danza del Ecuador, el domingo pasado en el MAAC Cine, fue aclamada. La función fue parte del programa Alas de la danza, que organiza Ochoymedio, administradores de la sala guayaquileña del Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo del Banco Central del Ecuador.
Publicidad
El programa trajo tanto coreografías del cubano Jorge Alcolea, como de la ecuatoriana Isabel Bustos, educada también en Cuba. Fue muy interesante apreciar la diferencia del trabajo de estos creadores en una noche en que pudimos ver bailar entre los doce artistas, a guayaquileños como Pedro Hurtado, a quien hemos conocido desde sus inicios en la danza.
El desarrollo del programa abrió con las coreografías de Alcolea. La primera gira en torno a un grupo de chicas, en cuya alocada despreocupación irrumpe el drama. La concepción escénica y su duración bien pautada hacen de ella una obra muy interesante, en la que el uso de un lenguaje hablado sugerido y sugerente, llega a convertirse también en movimiento con los labios. Este tipo de sutilezas constituyen, a mi juicio, aportes importantes de la danza contemporánea.
La segunda coreografía de Alcolea, solamente con bailarines, representa personajes urbanos dispares, pero a la vez identificados en la cotidianidad. Esa obra me recordó las coreografías de musicales norteamericanos como West Side Story, varios de ellos llevados a la pantalla grande y que por tanto han gozado de difusión y popularidad.
Publicidad
Arriésgate es una pieza corta, muy animada y que muestra dentro del mismo esquema coreográfico, notables efectos de gravidez. El peso se vuelve el motor del movimiento: el elán vital.
Retomando el tema de Pigmalión, un bailarín empolva –o desempolva- una estatua femenina. La escena, como si se tratara de un trabajo en una gliptoteca, en que se sacude el yeso de un vaciado con un plumero, desarrolla una relación interesante, pero que podría ofrecer mucho, muchísimo más. Es admirable el contraste entre el estatismo y la movilidad, que el genio griego mitificó como el amor imposible.
Las coreografías de Isabel Bustos, una de ellas titulada Pájaros en la cabeza, tienen otra narrativa en la danza, y se apoyan en elementos de utilería, en este caso las maletas de los emigrantes, que llegan a tener demasiada presencia.
La obra es válida en cuanto a su contenido, pero el drama de la migración no llega a expresarse en la plenitud de su tragedia. Aquí vale la pena recordar que la migración como tema actual ha sido interpretado en las artes visuales y la literatura nacional por su desgarrador contenido y actualidad.
Silencio es una coreografía sin bailarines ni movimiento. En el escenario vacío y silente se mueve solamente nuestra imaginación. Es una pieza que tiene sentido en el orden de su aparición. Quizás podría recordarnos el Intermezzo de la ópera Cavaleria Rusticana interpretado por la orquesta delante de la escenografía vacía de la trágica aldea italiana.
Considero oportuno ponderar la acertada iluminación, y sobre todo, el trabajo del repetidor Isaac Yépez, indispensable para lograr una unidad constante en la coreografía. Y, naturalmente un ¡bravo¡ para María Luisa González, directora general de la Compañía Nacional de Danza, que está cosechando el fruto de su dedicación.
Esperamos la próxima presentación de Alas de la danza, que traerá el 10 de diciembre desde el Brasil a Silvio Dufrayer y Alexandra Lofiego.