Una de las gracias del cine, sobre todo en los últimos tiempos, consiste  en fabricar historias nuevas con materiales antiguos. El Luchador es la moralina y el sufrimiento, una novedad estupenda. Contiene escenas memorables, narradas con una ambientación de lujo y un ritmo perfecto, y enseña sobre la dignidad humana. El filme fue presentado en el Festival de Venecia y mereció larguísimas ovaciones.

La historia de Jim Braddock, una de las más sensacionales que ha dado el deporte de todos los tiempos, permaneció décadas sepultada en los archivos del boxeo, a la espera de que alguien la resucitara. Merecía, como el propio Braddock, una segunda oportunidad, y Ron Howard y Russell Crowe se la han concedido.

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También se han concedido a sí mismos la posibilidad de superarse. De este modo, Howard y Crowe, el oscarizado dúo (protagonista y director) de Una mente maravillosa, han renovado posiblemente su lugar en las estatuillas de la Academia de Hollywood.

El realizador contiene aquí sus extremos instintos sensibleros (apenas se perciben unos azotes, generalmente propiciados por el personaje de Renée Zellweger, que  encarna a Mae, la sumisa e incondicional esposa de Braddock) y el actor hace una interpretación conmovedora y ejemplar por su austeridad.

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Jim Braddock no fue un gran boxeador. Fue una maravillosa persona que boxeaba. Se le consideró un futuro aspirante al título de los grandes pesos antes del desplome bursátil de 1929. Pero cuando llegó la Gran Depresión se rompió una mano, sufrió un accidente, recibió varias palizas en el ring y perdió la licencia porque nadie quería seguir viendo las humillaciones a las que se sometía.

Descendió a la peor pobreza, la que impide alimentar a sus hijos; ganó el salario de los peones portuarios y se vio obligado a pedir caridad. Ese momento en que Braddock toca fondo y con boina en mano recoge unas pocas monedas de la compasión de sus antiguos amigos constituye la escena más enternecedora de esta cinta.

El apodo de Cinderella man (Hombre Cenicienta, título original del filme) lo inventó el periodista deportivo Damon Runyon, ya que  el retorno de Jim Braddock parecía un perfecto cuento de hadas.

La película evoca el dolor y las injusticias de la Gran Depresión sin encallar en explicaciones innecesarias, resaltando la valentía de un hombre que venció con sus puños la  adversidad. Era claro que después de perder su pequeña fortuna inicial, en casa de los Braddock solo había hambruna y miseria, hasta que hizo falta un púgil dispuesto a recibir una paliza.

Fue  entonces cuando el antiguo entrenador de Braddock (encarnado por Paul Giamatti) le consiguió por última vez un papel de víctima.

Bastaba aguantar unos asaltos ante  el brutal John Griffin para lograr sobrevivir unos días más. Braddock no solo ganó el combate, sino también la posibilidad de disputar otro, y con ese, la posibilidad de surgir de la indigencia. La siguiente pelea, ante el demoledor Max Baer, le ofrecía dos opciones: o aseguraba su futuro o moría a golpes.

El viejo boxeador de Nueva Jersey, convertido en héroe de los desheredados, asumió el espeluznante desafío.