El escritor  francés Claude Simon, ganador del Premio de Estocolmo, falleció a los 91 años el miércoles 6 de julio. Sus novelas tenían la característica de unir lo que podía ser la creación de un poeta y un pintor con una profunda conciencia del tiempo en el relato de las condiciones básicas del ser humano.

En 1985 recibía el Premio Nobel un escritor celebrado por apenas un fragmento de lectores en el mundo: Claude Simon.

Había escrito en 1945 su primera novela Le tricheur, recibida con una crítica elogiosa. Pero años después, hacia 1957, con su obra Le vent, Simon rompe con la novela tradicional y se convierte en uno de los protagonistas de la nueva novela francesa, el movimiento del “nouveau roman”, en el que militaron escritores como Alain Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute, Samuel Beckett, Michel Butor y Marguerite Duras.

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Una escritura que no solo se inventaba como tal sino que inventaba un nuevo lector: aqual que tendría que construir, con los elementos, enigmáticos o detallistas, entregados por el novelista, su propio universo.

Claude Simon nació en Madagascar en 1913, pero al perder a sus padres, muy temprano, pasó a vivir con sus abuelos en Perpiñán, Francia; y posteriormente en París, que fue su residencia intermitente hasta su muerte, ocurrida el miércoles de la semana pasada. Tenía 91 años y publicó su última novela a comienzos de este siglo, traducida al español como El tranvía.

Simon escribe a horcajadas entre dos historias: la suya personal y la de la primera y trágica mitad del siglo XX. Las vivencias de la guerra    –pues estuvo en la guerra civil española, luego combatió al nacionalsocialismo, cayó prisionero y consiguió escapar– le condujeron, finalmente, a la novela histórica, pero en la que los acontecimientos son un lejano, remoto referente, para que la escritura asuma el primer plano. Una escritura con frecuencia compleja, apenas brochazos, giros violentos en la entraña de los párrafos para subrayar alguna simultaneidad de hechos o dejar que el lector con su imaginación complemente la idea, la narración, que el lector construya el cuerpo del relato.

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Y el propio autor describe su estilo cuando afirma que “Un escritor anda sobre arenas movedizas”, una propuesta literaria que parte y desemboca en el silencio, que nace surgido de la nada y desemboca entre sombras.

El silencio que, finalmente, rodeó su muerte, anunciada dos o tres días después por sus editores de toda su obra: Le minuit.

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La novelística de Claude Simon se integra con alrededor de veinte títulos. Si fuera necesario escoger de sus libros, aquellos fundamentales, sería posible detenerse en tres: La ruta de Flandes (1960), la más conocida, tal vez porque transcurre en la segunda guerra mundial; Historia (1967), en la que Simon no acude a los acontecimientos externos sino que ensaya un retorno a lo largo de su propia vida, construida con prolongadas frases que dejan al lector sin aliento y que, finalmente, nos recuerdan a uno de sus autores preferidos, Marcel Proust y la densidad de la narración para recrear la densidad de lo narrado: el tiempo; finalmente, Las Geógicas (1981), la obra cumbre de Simon, en la que confluyen tres guerras: la revolución francesa, la guerra civil española y la segunda guerra mundial.

Y junto a estos tres títulos, el breve relato El Palace (1962), escenificado en Barcelona en 1936 y que se abre sorpresivamente, con una “Y” que deja la sensación de que el lector comenzó mucho antes a leer la novela, como si se tratase de la continuación de un viejo relato dejado inconcluso la víspera. Lecciones de cosas, juego sensual en el que Simon ensaya el preciosismo de su prosa. O su autobiografía: Jardín de Plantas, editada en 1997.

La frase con la que el jurado de Estocolmo le concedió el premio  resume las tres fuentes de la narrativa de Claude Simon: “En sus novelas une la creación de un poeta y un pintor con una profunda conciencia del tiempo en el relato de las condiciones básicas del ser humano”.

La poesía, la historia, la intimidad humana. 

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