El Grupo Planeta puso en circulación una reedición del libro Cartas desde el infierno, de Ramón Sampedro, en el que se basa el filme Mar adentro.
Fue el cineasta Alejandro Amenábar quien lo acercó al público. Leyendo Cartas desde el infierno, el libro en el que Ramón Sampedro Cameán reflexiona sobre su condición de tetrapléjico y defiende su derecho a morir (ya que pensaba que vivir es un derecho, pero no una obligación), el realizador chileno español descubrió una hermosa, a la vez que conmovedora y polémica historia. Y la llevó al cine: De allí nació su laureada cinta Mar adentro, protagonizada por el actor Javier Bardem. Obtuvo este año el Oscar a la mejor película extranjera.
Mirando la cinta de Amenábar, muchos conocieron de la existencia de Sampedro, marinero de oficio, quien en un día de 1968, mientras iba a bañarse en el mar, sufrió un accidente que lo dejó totalmente inmóvil. Con ello terminaron su libertad, sus viajes, las decisiones sobre su cuerpo.
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Los médicos le confirmaron la imposibilidad de recuperación y con el diagnóstico murieron las esperanzas que este español albergó. Era una cabeza lúcida pegada a un cuerpo muerto. Casi un objeto al que su familia tenía que asear, vestir, alimentar, cuidar, asistir en todo, lo cual, para Sampedro, un orgulloso hombre de mar, significaba una humillante derrota.
Ese cuerpo que abrazó amigos, que amó mujeres en cada puerto, que festejaba la juventud (tenía 25 años cuando se accidentó), que tomaba la decisión de salir de casa o quedarse, ya no era más. Vivir así le significaba una tortura, un infierno. Morir, talvez, una puerta a la tranquilidad, porque “solo recordando la vida no se puede vivir”, afirmaba.
Fue entonces cuando empezó el romance con la muerte. Con ese hecho que representa final, para unos; parte de la vida, para otros; y libertad, para él. En el libro Cartas desde el infierno, el volumen que leyó Amenábar y que fue la base de su película, Sampedro dialoga con la muerte, sueña con ella. La hace su musa.
Esa idea atraviesa las 298 páginas que componen el volumen, ahora reeditado con un prólogo del cineasta por el grupo Planeta.
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El libro, publicado originalmente en 1996, permite conocer a un hombre de una lucidez superior, de lecturas filosóficas, que no admite el sufrimiento como una purificación del alma. Que es agnóstico y que piensa que las religiones sirven para esclavizar a los seres humanos, al igual que ciertas normativas del Estado.
“La patria de un hombre, o de una mujer, es su propia alma”, escribe en uno de los poemas que contiene el libro.
Hay cartas dirigidas a gente que le escribe. A amigos, a conocidos y a desconocidos, que sabían de su caso y que opinaban que talvez lo que reclamaba era más atención de la sociedad, más afecto o una razón para vivir.
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Él, por el contrario, pedía que alguien lo ayudara a morir y que las leyes de su país no castigaran a quien lo asistiera. “Dicen que no se puede tolerar la muerte decidida como un acto de voluntad personal. Yo pienso que es la única de las muertes que la humanidad podría justificar ética y moralmente”, argumentaba. No hubo ley que amparara su petición y se generó un gran debate sobre la eutanasia.
A escondidas, ayudado por manos amigas, Sampedro murió el 13 de enero de 1998, 30 años después de su accidente en el mar. El libro contiene el facsímil de la carta que escribió poco antes de ingerir la pócima que lo condujo al estado que consideraba ideal.
Su padre murió de dolor dos años más tarde. Señalan reportajes que en la casa que Ramón compartía con su hermano, su cuñada y sus sobrinos, sus pertenencias siguen en el lugar de siempre y que sobre la cama descansa un ejemplar de Cartas desde el infierno.
NOTAS
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Dedicatoria
El libro de Ramón Sampedro está dedicado a su cuñada, Manuela, que era quien lo cuidaba. “Ella es verdaderamente la maestra ejemplar en humanidades”, dice. También tiene unas líneas para su padre, para su madre, que murió de cáncer, y para la escritora Laura Palmés, quien lo ayudó a darle forma a la obra.
Pensamiento
“No hay mayor indefensión que la de no poder valerte por ti mismo”, refiere en una de las cartas dirigidas a un ministro de justicia.