La cifra de soldados chilenos muertos tras una tempestad de nieve en los Andes se elevó a 23 cuando patrullas de rescate encontraron siete cuerpos congelados, en tanto más de veinte efectivos militares continúan desaparecidos.
El hallazgo de estos cadáveres sólo confirmó las expectativas del ejército de que son casi nulas las esperanzas de encontrar con vida a algunos de los soldados perdidos en los faldeos cordilleranos, en la zona volcánica de Antuco, unos 500 kilómetros al sur de la capital chilena.
"Si, hemos encontrado más cuerpos", dijo el sábado por la noche a periodistas el general Juan Emilio Cheyre, comandante en jefe del ejército, lo que fue ratificado más tarde por reportes de radioemisoras de esa zona que daban cuenta de los hallazgos de más víctimas.
La tragedia, la peor del sector castrense en tiempos de paz, llevó al presidente chileno Ricardo Lagos a decretar duelo nacional de tres días y a trasladarse -después de su cuenta anual ante el Congreso- a la sureña ciudad de Los Angeles, para expresar su dolor a las familias de los conscriptos que murieron congelados.
"Vengo a expresar el dolor que afecta a todo el pueblo de Chile (...) Hoy despedimos a estos soldados como héroes de la paz. Quiero como presidente rendirles mi homenaje al momento de su partida", dijo Lagos en el velatorio de las víctimas en una base militar.
Sin embargo, las palabras del mandatario no fueron suficientes para contener la impotencia y rabia de los familiares de los soldados fallecidos.
Dolor e impotencia
"Estos son los héroes. Los villanos y miserables son los oficiales que viven", gritó Edmundo Vivanco, aludiendo a las circunstancias en que murió su sobrino Guillermo Vivanco, de 18 años.
El fatal episodio ocurrió cuando un grupo de 433 efectivos, la mayoría de ellos con apenas un mes de instrucción y con menos de 20 años de edad, inició el miércoles un entrenamiento regular y fue sorprendido por una tormenta de nieve de una magnitud no vista en 30 años.
Del grupo de soldados, 266 lograron ponerse a buen resguardo en el momento de la tormenta, para luego bajar por sus propios medios a la ciudad.
Otro centenar de efectivos estuvo aislado hasta esta madrugada, cuando fueron trasladados en helicópteros y camiones al regimiento de Los Angeles, gracias a condiciones climáticas favorables, que empeoraron en la tarde y obligaron a la suspensión temporal de la búsqueda de los desaparecidos.
"La esperanza es lo último que debemos perder. Pero mi convicción, me hace pensar que nos encontramos abocados a encontrar fallecidos", dijo el general Juan Emilio Cheyre, comandante en jefe del ejército chileno.
Cheyre, quien admitió que el ejercicio nunca debió realizarse bajo esas condiciones climáticas, relevó a varios mandos militares por su responsabilidad e inició una causa judicial civil y una investigación institucional para determinar posibles negligencias.
Dos caras de una tragedia
La tensa espera de las familias de los conscriptos, que estaban realizando el servicio militar obligatorio, terminó con alivio para una mayoría, tras cuatro días de angustia y encierro en un gimnasio deportivo habilitado para la situación.
"Le pedí a Dios que me ayudara", dijo a Reuters David Figueroa, uno de los soldados aislados en la cordillera que arribó al regimiento de Los Angeles, mientras era abrazado por su madre, que entre llantos y consuelo, miraba al cielo y daba gracias por su hijo.
Sin embargo, 16 familias se sumieron en una profunda depresión en compañía de los féretros que contenían los cadáveres de sus hijos, que fueron trasladados a sus ciudades natales para su posterior sepultura.
"Se los entregué sano y vivo y hoy me lo devuelven entre cuatro tablas", dijo un anciano desgarrado por la muerte de su hijo.
Mientras tanto, el resto de los familiatres de los soldados desaparecidos mantenían una triste vigilia, en espera de alguna novedad sobre sus parientes atrapados en la nieve.
"No duermo hace cuatro días, porque me niego a pensar que mi hermano está muerto y seguiré esperando que llegue", dijo una desconsolada mujer.