Bravísimo estaba el Canciller. Ya no voy a hablar con ustedes, decía, desde ahora todo va a ser por escrito. Y sacudía en el aire el boletín que acababa de imprimir, se lo lanzaba con desdén a los periodistas y se iba mascullando imprecaciones contra los medios que no entienden la sutileza de sus “metáforas”.
Pero estaba confundido de figura literaria: decir que la mamá de uno contrata indocumentados colombianos porque cobran menos no es una metáfora, sino un eufemismo para no decir: mi mamá es una explotadora. 

El Canciller, claro, negó haber dicho lo que dijo. Eso es lo más increíble de esta historia, pues él sabía perfectamente que fue grabado, filmado y registrado. Y que a cualquier canal de TV le bastaba con pulsar la tecla ‘play’ para demostrar lo contrario, como en efecto hicieron Teleamazonas y Ecuavisa sin dejar lugar a dudas: lo dijo. Entonces, cogido en la mentira, reconsideró su política de los boletines y decidió no solo volver a hablar con los periodistas, sino invitarlos a la propiedad de su mamacita para demostrarles que ahí no trabaja indocumentado colombiano alguno. En cuyo caso lo que dijo no fue metáfora sino mentira.
Doble: primero mintió cuando lo dijo; luego, cuando dijo que no lo dijo.

Lo más increíble de esta segunda parte de la historia es que los canales le siguieron la corriente. Hicieron la visita y le dieron un espacio en sus noticiarios.
Como si un recorrido guiado por Zuquilanda en estas condiciones demostrara algo o tuviera el menor valor informativo confiable y relevante. Porque el problema de fondo no es la conducta patronal de la madre sino la competencia diplomática del hijo. El problema de fondo es que, en este país de emigrantes e inmigrantes, tenemos un Canciller que demuestra una insensibilidad insultante cuando habla sobre la migración. Pero la TV no se fija en eso. A ella lo que le seduce es un buen chisme.

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raguilarandrade@yahoo.com