Durante 5 minutos, de pie y cabizbajas, recordaron a los 192 muertos y 1.900 heridos en un lugar simbólico que los ciudadanos convirtieron en un santuario donde lloraron, rezaron y encendieron velas en los días posteriores a los ataques.
En el vestíbulo de la estación, tres ecuatorianos, que se encontraban en los andenes aquel fatídico día, pedían justicia a las autoridades españolas en dos pancartas.
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“¿Por qué estamos en el olvido? Españoles o extranjeros todos somos iguales y aunque no estamos heridos físicamente quedamos con trastornos psicológicos”, denunciaban los hermanos Víctor y Dorcas Montero.
Junto a ellos, otra ecuatoriana Patricia Chico, mecía en brazos a su hija Briney, de la que estaba embarazada cuando sucedió la tragedia.
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“Debido a los ansiolíticos que tomé durante meses, mi niña nació con problemas cardiacos pero a mí no me hacen caso”, afirmó Patricia.
Los asistentes terminaron su homenaje con un aplauso emotivo.
Luego, unos llorando, otros muy serios, pero todos con el corazón encogido volvieron a sus rutinas cotidianas.