Ya casi nadie se sorprende de que las mujeres sean parte de la élite ecuatoriana.

El mismo fenómeno, lamentablemente, no es igual de visible en la vida cotidiana, en el hogar o la calle. La mujer que no ocupa un alto cargo público, la que se mantiene anónima –aunque su esfuerzo y su contribución social sean muy importantes– todavía es marginada, humillada o golpeada muchas veces, y no solo en los segmentos con mayores carencias educativas.

¿Podremos nivelar algún día este desigual avance en la condición de la mujer?

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Los primeros defensores de las causas sociales en Europa propusieron que se midiese el grado de desarrollo social de un pueblo de acuerdo al estatus alcanzado por la mujer entre sus habitantes. Para lograr una mejor calificación con esa vara, los ecuatorianos tendremos que hacer todavía algunos esfuerzos. Para comenzar, no bastará con que hoy cumplamos con el compromiso de regalarle una flor a la mujer que más nos importa. Las flores se marchitan. En cambio el respeto, la solidaridad, y el considerarnos iguales en deberes y en derechos, esas son virtudes que nunca mueren.