Una hipótesis firme asegura que las desapariciones de aviones y barcos en la zona son consecuencia de la explosión de gigantes burbujas de gas metano. El mismo se encuentra en grandes cantidades en las profundidades de esa zona del océano.
El Triángulo de las Bermudas está dejando de ser uno de los misterios más grandes de la historia y los motivos son, básicamente, dos: el primero está relacionado con que no se producen desapariciones en la zona desde hace 25 años y, el segundo es que por primera vez se logró comprobar científicamente una de las hipótesis que manejan los especialistas acerca de cuáles serían las causas que provocaron la larga lista de barcos y aviones perdidos para siempre en ese lugar del océano Atlántico.
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También conocido como Triángulo del Diablo o El Limbo de los Perdidos, el área tan misteriosa ocupa 3’900.000 kilómetros cuadrados entre las islas Bermudas, Puerto Rico y Melbourne (Florida), en el Atlántico Occidental. Si bien su delimitación se fijó a partir de 1945, cuando se desencadenó una ola de desapariciones que terminó con más de 50 barcos y 30 aviones, el misterio se remonta a mediados del siglo XIX. En ese entonces, los viajeros, barcos piratas y pesqueros contaban historias extrañas que ocurrían en esa zona y que quedaron plasmadas en cartas, libros y leyendas populares.
El primer caso comprobado, sin embargo, tuvo lugar el 5 de diciembre de 1945, cuando una flotilla de cinco aviones torpederos Avengers de los Estados Unidos, conocida como Patrulla 19, se extravió en las cercanías de la base de Fort Lauderdale, Florida, mientras realizaba un simple vuelo de reconocimiento sobre el Atlántico con buenas condiciones meteorológicas. El teniente Carlos G. Taylor, a cargo de la misión, transmitió poco antes su preocupación y desconcierto por no saber qué sucedía ni dónde estaba. El gran hidroavión bimotor Martin Mariner fue enviado en auxilio de los aviones, pero desapareció tan misteriosamente como ellos. Fueron objeto de una de las operaciones de búsqueda marítima más intensiva jamás realizada, pero nunca apareció ni una pista.
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Muy similar fue el caso del Cyclop, un carbonero de la Marina norteamericana con 308 hombres a bordo que desapareció misteriosamente en 1918. Unos 30 años más tarde, un avión de transporte DC3 sufrió la misma suerte mientras se encontraba a unas 50 millas de Miami. El último mensaje del capitán informaba a la torre de control que todo estaba bien y que esperaba instrucciones para aterrizar. Otro hecho famoso fue el de Helen Cascio, experta piloto a bordo de su Cessna 172, que nunca llegó a su destino, una pequeña isla de Bahamas. Testimonios como los del remolcador de salvamento Good News (1966) o el piloto Chuck Wakely (1972) hablan de sucesos poco habituales, como la descomposición electrónica de los equipos, pérdida del control de la nave, fenómenos visuales incomprensibles u observaciones de curiosas luces submarinas. Uno de los hechos más llamativos es que, con excepción de la Patrulla 19, las víctimas no enviaron jamás la menor señal pidiendo auxilio. Las explicaciones sobre este fenómeno fueron muchas. Las más populares hablaban de que en la zona estaba sumergida una de las civilizaciones más avanzadas de la antigüedad: la Atlántida, y que el territorio tenía una fuerza magnética que aún ejercería poder sobre las embarcaciones y aviones.
Los estudios de mayor credibilidad científica señalaban al Triángulo de las Bermudas como el centro de un fuerte campo magnético y cambios atmosféricos bruscos, lo que explicaría el descontrol de los instrumentos a bordo. Las grandes corrientes y la profundidad de sus aguas, por su parte, explicarían la desaparición absoluta de cualquier huella. También se barajaron teorías acerca de campos radiactivos o animales fosilizados con minerales poco conocidos. Pero los más escépticos siempre se inclinaron por pensar que todo era consecuencia de los experimentos con Objetos Submarinos No Identificados (OSNIS) de fabricación humana que, según versiones nunca confirmadas, llevaba a cabo la Marina norteamericana en su base Autec, en la isla de Andros, muy próxima al Triángulo de las Bermudas.
Esta hipótesis se sostenía con los testimonios que dieron los tripulantes del un Boeing 707 que el 13 de abril de 1963 viajaba desde San Juan hasta Nueva York. Dicen que media hora después de haber dejado Puerto Rico, vieron una enorme “burbuja” que se formaba en la superficie del Atlántico. La misma aumentaba de tamaño hasta alcanzar un diámetro de casi una milla y luego explotar. Ellos, y muchos otros, creyeron que podría haber sido una detonación submarina.
Pero fue el mismo caso el que, 38 años después, sirvió a científicos de la Universidad Monash de Melbourne, Australia, para tener una pista acerca de las causas del fenómeno y elaborar un modelo matemático de prueba. De esta manera, la verdad hoy -y hasta que no se demuestre lo contrario- es que las desapariciones -tanto en Bermudas como en Mar del Norte y Japón- fueron consecuencia de burbujas de metano. El metano es un gas que se forma a partir de la descomposición de las materias orgánicas y se puede encontrar en grandes cantidades en el fondo del mar. Al combinarse con el agua, el metano se calienta, hierve y se disuelve en el océano. El problema se produce cuando se forma una burbuja que llega a la superficie y revienta: si en ese momento hay un barco cerca se hundirá al no poder soportar las turbulencias. Para verificar esta teoría, los matemáticos realizaron la prueba a escala y, de los resultados, se creó un modelo matemático con un ordenador, teniendo en cuenta la dinámica, la velocidad, la densidad y la presión del gas y del agua. El modelo reprodujo las burbujas tal y como aparecen en la vida real y pudieron comprobar que el hundimiento se da en ciertas condiciones. Los investigadores recomiendan que sus conclusiones sean incluidas en las cartas de navegación para evitar las desapariciones de buques en el Triángulo de las Bermudas.
Para informarse más, vea Expedición al Triángulo de las Bermudas, el miércoles 26 de enero a las 9 p.m. en Discovery Channel.