En esta primera entrega presentamos algunos datos del escritor español Miguel de Cervantes, autor de ‘Don Quijote de la Mancha’, obra que este año cumple 400 años. En esta edición, una mirada a la vida del autor y su relación con el Quijote.
“Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada, las barbas de plata que no ha veinte años que fueron de oro; los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal condicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño; la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies”.
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Miguel de Cervantes prefirió hacer, con estas frases, su propio autorretrato, antes que algún imitador de sus obras –que ya hubo uno que hizo un Quijote falsete– quiera describirlo derrotado en Madrid y afectado de hidropesía.
Fue menos generoso cuando hizo el retrato de su personaje, Don Quijote: seco de carnes, enjuto de rostro.
Miguel de Cervantes, cuya obra mayor, Don Quijote de la Mancha, cumple en el 2005 los cuatrocientos años de andar de mano en mano y de carcajada en carcajada, nació en 1547, según parece en septiembre.
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Fue hijo de un modesto barbero-cirujano, oficio común en esos tiempos en los que todos los males los atendían los barberos realizando sangrías a los pacientes. La familia se estableció en Madrid en 1566 y allí Cervantes escribió su primer texto literario: un poema con motivo del nacimiento de la infanta Catalina, hija de Felipe II.
Luego de servir como camarero del cardenal Giulio Acquaviva en Roma, en 1569, entró al servicio militar un año después. Como tripulante de la galera Marquesa combatió el 7 de octubre de 1571 en la batalla naval de Lepanto. Allí perdió parte de un brazo, lo que le valió el mote de Manco de Lepanto.
Pero no terminarían allí sus aventuras, pues años más tarde, en 1575, cayó frente a las costas de Barcelona en manos de unos corsarios berberiscos que acabaron encarcelándolo en Argel, con la paradoja de que, reconocido como uno de los personajes de las tropas de Juan de Austria, sus captores establecieron por él un monto por su rescate que no alcanzó a cubrir. Cinco años pasó en prisión hasta que un fraile acabó pagando su precio.
Pero la prisión no es la única relación de Cervantes con el universo morisco, con el cual el autor de El Quijote mantuvo lazos profundos que, a decir del escritor español Juan Goytisolo, va a reflejarse en toda su literatura.
Para Goytisolo, no es un azar que su obra “nos sea presentada por su autor como un original descubierto entre unos cartapacios y papeles viejos comprados en la calle de Alcalá de Toledo, por el precio de medio real, a un mozo que los iba a vender a un sedero, y que luego un morisco aljamiado le tradujo por dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo y que dicha obra se titule Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Bnengeli, historiador arábigo”.
Para Goytisolo esta referencia fundamental marca “las complejas y obsesivas relaciones del autor con el mundo morisco-otomano y su fascinación por el Islam”.
Desencantado por la ausencia de reconocimiento a sus gestas militares y soportando hasta un encarcelamiento por razones domésticas, entre ellas un asesinato ocurrido a las puertas de su casa, cuya familia acabó acusada de llevar vida licenciosa, Miguel de Cervantes se dedicó a la literatura desde fines del siglo XVI, al tiempo que ejercitó diversos oficios que lo hicieron deambular por España. Allí nació La Galatea en 1585; y compuso “en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza; corrieron su carrera sin silbos”, cuenta el propio Cervantes.
Por entonces inicia también la redacción de El Quijote, al tiempo que prepara sus célebres Novelas ejemplares, que aparecerán en 1613, y su Persiles y Seguismunda, publicada un año después de su muerte.
A principios de 1605 aparecerá en la imprenta madrileña de un tal Juan de la Cuesta la primera parte de Don Quijote. La segunda parte verá la luz en 1615.
Así como en el prólogo de sus novelas ejemplares trazó su autorretrato, en la dedicatoria de Persiles y Seguismunda, este español que consideraba las alabanzas como “baratijas”, anunció la proximidad de su muerte, el 19 de abril de 1616:
“Ayer me dieron la Extremaunción y hoy escribo esta (dedicatoria a don Pedro Fernández de Castro, Conde de Lemos); el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan; y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir...”.
Miguel de Cervantes fue enterrado con el sayal franciscano, pero nadie recuerda dónde, al fin, reposan sus restos.
“Yo soy el primero que he novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas todas son traducidas de lenguas extranjeras”, escribiría, para dar cuenta de la trascendencia de su obra, que fue mayor, finalmente, que todo aquello traducido a su lengua.