“Yo llegué en abril del 2001 y me empadroné en noviembre. Tengo mi tarjeta de seguridad social y ahora espero que mi jefe quiera contratarme”, decía ayer Celso Inga, quien a pesar de la fuerte lluvia, llegó con una sonrisa en su rostro.  Se había enterado en el noticiero de la noche del martes pasado que podría convertirse en residente, luego de llevar tres años separado de sus hijas.

Celso trabaja en el Mercado de Vallecas, sur de Madrid, cargando  cajas de frutas y verduras con cientos de ecuatorianos, que al igual que él, están indocumentados. 

Dejó en Guayaquil a sus dos niñas con sus padres y con su salario, y con el de su esposa ha construido su casa. “Ya con el permiso de residencia podré regresar a Ecuador a montarme un negocio o traerme a mis niñas”, dice con voz emocionada y mirada esperanzadora, algo que Celso admite, no lo siente desde que dejó Ecuador. “Ya han sido muchos años duros y tristes. Es hora de que nos den una luz al final del túnel”.   (SC)