“Muchos son los llamados y pocos los escogidos”, reza un pasaje bíblico. Juan Pesántez Peñaranda dice creer fielmente en ese mensaje. Su historia es parte del proceso que consiguió la beatificación de Narcisa de Jesús Martillo Morán, patrona de Nobol.
Iniciaba la década del 60 y Juan vivía en Pasaje, cantón de la provincia de El Oro.
Se dedicaba a las tareas del campo. Justamente, en una de esas jornadas diarias, el tallo de una planta de banano le golpeó la frente.
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El hombre de manos gruesas y de mediana estatura recuerda con nostalgia ese momento. “Tenía un tumor en la frente porque no me sangró la herida. Un doctor me operó, me rompió el tabique, pero no me curé. Necesitaba un billete (dinero) para operarme en Guayaquil...”.
Una monja lo ayudó a trasladarse desde Pasaje a Guayaquil. Era Jueves Santo y fue internado en el hospital Luis Vernaza. Lo sometieron a varias intervenciones quirúrgicas, pero el diagnóstico final no fue halagador. “Me desahuciaron con cáncer”, cuenta sin perder de vista los carros que hoy cuida en una calle al sur de Guayaquil.
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Fue un policía quien, al oírlo lamentarse en una de las salas del Vernaza, se le acercó para decirle: “Escríbele una cartita a Narcisita, ella es milagrosa, te va a sanar”. Algo incrédulo, Pesántez dice que olvidó la sugerencia del uniformado.
Sin embargo, esa misma noche él asegura que tuvo un sueño. “Como que me vino una revelación. La vi y le dije Narcisita, si es de curarme, ¡cúrame!, sino ¡llévame!”.
De ese contacto con Narcisa de Jesús Martillo surge una de las tantas historias de sanación que se le atribuyen a la “Violeta Noboleña”, como le dicen los devotos.
El caso de Juan fue determinante en el estudio que hacía la Iglesia Católica en Roma para conceder la beatificación de la joven que nació en 1832 y que después de su muerte, en 1869, empezó una historia de favores religiosos.
Una comisión médica del Vaticano revisó el caso de Pesántez y en 1991 lo calificó como “un milagro de curación de Narcisa de Jesús”. Y el 25 de octubre del año siguiente, en la Plaza de San Pedro en Roma, el Papa Juan Pablo II oficializó la beatificación.
Desde entonces, otras reseñas han surgido. Monseñor Plácido Muñoz, párroco de Nobol, también se considera uno de los “elegidos”.
Cuando era pequeño padeció una sinusitis agresiva. “Pero a Dios gracias, cuando su cuerpo (el de la beata) llegó a Guayaquil desde Perú, mi madre con profunda fe le pidió que interceda por mí. Me curó porque me quería sacerdote”, sostiene con devoción.
En 1993, ya convertido en religioso, asumió la Parroquia del cantón e inició una campaña para construir los altares del camino que conduce a la hacienda San José.