Olmedo, luego de cuatro años de permanecer oculto en Madrid por la persecución de Fernando VII, llegó a Guayaquil el 28 de noviembre de 1816. Venía marcado como independentista, y así, rotulado como subversivo lo mantuvo la monarquía hasta el 9 de Octubre de 1820. Estereotipo en el que abunda también el hecho de que, durante su juventud como estudiante de la Universidad de San Marcos, en Lima, fue investigado por leer libros censurados por la Inquisición. Es decir, que desde entonces había que vigilarlo por sospechoso.

Cuando soplaban los vientos de fronda y se respiraba aires de libertad, especialmente durante la gobernación de Mendiburu (1815-1819), fueron perseguidos a sol y sombra todos aquellos tenidos por liberales y republicanos, Olmedo debió abstenerse de reuniones que no fuesen de familia o sociales. Por eso cuando se trató de concretar la revolución, tampoco pudo participar de juntas secretas, pues, de haberlo hecho, habría dado la certeza al gobernador Vivero, que no sabía de quién ni por dónde nacía la conspiración, de que sus presunciones eran ciertas. Si hubiese estado presente en tales conciliábulos, Vivero habría despejado la incógnita e incubado sospechas sobre quienes no pesaba ninguna. Estas son razones válidas que explican su ausencia en la Fragua de Vulcano.

Es la claridad de su pensamiento: “Yo he amado y amaré la libertad, por ser una deidad a quien se sirve de pie, y con la frente levantada”, y su trascendente validez que hacen del prócer el frondoso árbol bajo el cual se cobijó el espíritu del que insurgió el 9 de Octubre. En Cádiz, su propuesta por la supresión de las mitas no es la de un liberal que busca hacerse oír para ganar un espacio ideológico y social. Su denuncia a la barbarie que significaba el trato al indígena, plantea una solución y tiene éxito. Con solo ocho numerales tomados casi literalmente de su propuesta, las Cortes decretaron la abolición de tal ignominia.

Cuando triunfante la Revolución de Octubre, Olmedo plasma las ideas con que se declara la independencia y se organiza el Gobierno de la Provincia Libre; cuando proyecta y obtiene la expedición del Reglamento Provisorio de Gobierno; cuando consigna su liberalismo en el prospecto de El Patriota de Guayaquil y concibe las regulaciones sobre la libertad de prensa, revela ser el gran pensador y republicano ilustrado que mentalizó la revolución. No cabe duda alguna que es uno de los gestores e inspiradores del 9 de Octubre de 1820, que secundado por aquellos que aparecen en primera línea, convocó a la ruptura de la sujeción colonial y condujo la revolución al éxito total.

El liderazgo de Olmedo se evidencia aún más el 10 de octubre, cuando triunfante su concepción libertaria queda eliminada la coyuntura militar y apenas brillaba en la ciudad “la Aurora Gloriosa”, asume el mando civil como mentor de la transformación. En Cabildo Abierto convoca a los padres de familia y principales vecinos de los diferentes partidos, para entre tanto se iniciaba la lucha en todo nuestro territorio, reunir el Colegio Electoral el 8 de noviembre, a fin de discutir y promulgar la estructura legal que requería la Provincia Libre para empezar su vida política.