Sueldos o bala, revista Caricatura, Guayaquil 16 de abril 1919. Es una obra de Enrique Terán.

Enrique Terán (Quito, 1887-1941) es el autor de una de las mejores novelas ecuatorianas: El cojo Navarrete. Además escribió Huacayñán (Camino del llanto), novela publicada después de su fallecimiento.

Además de escritor,  fue músico, dibujante, periodista y activo militante del Partido Socialista.

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Estudió violín en Londres y se desempeñó como profesor en el Conservatorio Nacional de Música de Quito. Formó parte de la Orquesta Royal; con dos de sus hermanos y  el pianista Gustavo Bueno integró el cuarteto Terán-Bueno.

Con Jorge Carrera Andrade, Nicolás Delgado, Carlos Andrade y Guillermo Latorre fundó la revista Caricatura, en que puso de manifiesto sus excelentes dotes de dibujante.

Como periodista escribió en el diario socialista La Tierra, publicó los periódicos Antorcha y La Fragua, y colaboró en las revistas Pentagrama y Mensaje.

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Como “todo un personaje”, lo define Ángel F. Rojas, quien añade que Terán fue un “caricaturista formidable, violinista excepcional, orador apasionado, polemista implacable y temido agitador”.

El escritor Galo René Pérez lo retrata de la siguiente manera: “Era este un hombrecillo de algo más de un metro de estatura. Vestía invariablemente de negro: zapatos, traje,  sombrero; y negro, por añadidura, el cerco de sus lentes desmesurados. La chaqueta, a manera de sobretodo, le llegaba holgadamente hasta las rodillas. Tenía el rostro redondo, barbilampiño y casi tan cristalino como sus lentes; era lacia y abundante su melena; blancas y regordetas sus manos, que las llevaba casi siempre caídas en el fondo de los bolsillos de su extraño gabán. Su voz, notablemente atiplada, contribuía a darle un aire aún más infantil o femenino.
Pero sus habituales arranques de violencia producían, de pronto, una impresión totalmente distinta, y dejaban apreciar un alma agigantada, aguerrida, cargada de voluntad varonil.

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“(...)La figura de Enrique Terán se me fue completando paulatinamente (...) Fui entonces sospechando que aquella vida sufrió de algún modo la tragedia de saberse encerrada en una anormal como minúscula envoltura corpórea. Y hasta llegué a notar el contraste doloroso que se había producido entre su fervor para toda suerte de actividades colectivas –entre ellas las docentes y las políticas– y su imperativa necesidad de aislamiento. Fue Terán un solitario radical. En sus habitaciones se recluía a satisfacer su hurañía íntima, rodeado tan solo de sus viejos perros. Ellos eran sus compañeros a la hora de la mesa. Quizás se debería creer que el agnosticismo que le embargaba, su porfiada actitud blasfematoria, su odio a la Iglesia, su inclinación al apunte burlesco, sus actitudes escépticas: en fin, algunos de sus desahogos de inconformidad y oposición crítica, provenían no solamente de su formación mental, sino también, como algo más impulsivo o espontáneo, de los desajustes propios de su triste realidad individual”.