El escritor chileno presentó recientemente su novela Las películas de mi vida, en la que reflexiona sobre las influencias del cine en la literatura.

En 1996 un joven escritor chileno fue la portada de la famosa publicación estadounidense Newsweek. En la revista hablaban de una antología de cuentos que él había publicado llamada McOndo y sugerían que el chileno y sus contemporáneos eran los asesinos del realismo mágico, parricidas de García Márquez y compañía.

Lleno de referencias a filmes “yanquis” y frases en inglés, pero también atravesado por Borges y García Márquez, el discurso de Alberto Fuguet es coherente con la propuesta de la antología McOndo: hoy en Latinoamérica nos nutrimos de la mezcla, somos tanto El padrino como Pedro Páramo, hamburguesas como anticuchos, Sinatra como El General.

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A propósito de su última novela, Las películas de mi vida, que usa los filmes como detonantes para contar la historia de un joven chileno que después de un largo periodo en Estados Unidos vuelve a Santiago, Fuguet reflexiona, por ejemplo, acerca de las influencias o presencias cinematográficas en la nueva literatura latinoamericana.

“En lo que yo hago y muchos de mis contemporáneos, lo audiovisual (tele, cable y la música que también es un texto) sí es parte de lo que se ha leído. Es que desde luego, si uno no ha sido un ratón de biblioteca empedernido, ha visto más películas que leído libros”.

Sobre McOndo
“Los bautizos no los hace uno, sino el resto”, dice el chileno acerca de la inmensa polémica que desató su antología y la etiqueta que Newsweek le puso de “asesino del realismo mágico” en América Latina. “Yo no he hecho nada más que publicar un librito llamado McOndo que tampoco es tan bueno... lo que más llamó la atención fue el prólogo, el nombre y básicamente el concepto con el que yo estoy de acuerdo. Hoy siento que es uno de mis libros más autobiográficos porque yo siempre me he sentido McOndo”.

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“Sentirse McOndo”, para Fuguet, es poder asumir que Latinoamérica está llena de influencias extranjeras y que hay enormes mezclas culturales, raciales, étnicas. Sostiene que afuera se piensa en Latinoamérica como aquel lugar plagado de gente voladora y mariposas amarillas que presagian milagros y que no es así en absoluto, para especificar usa como referencia a nuestro país: “Cuando digo esto la gente me dice que nunca he estado en Ecuador, pero yo sí he estado allá e incluso en los pueblos más rurales no he encontrado Macondo. Pueden ocurrir cosas locas, pero no es que sean mágicas, tienen una explicación. Hay quienes entienden América Latina por los espíritus y por lo mágico, eso es un mito”.

Aclara, eso sí, que no odia a García Márquez y que lo que verdaderamente le molesta es el “uso” que la gente le da a la obra del colombiano: “García Márquez es el escritor ideal para que la gente tonta se crea inteligente. El más tonto viene y dice para aparentar que sabe algo, ‘huevón, fui a Perú, a Machu Picchu, y me leí Cien años de soledad. Es como cierta gente buena en malas manos, ¿cachaí? Las obras maestras que caen en malas manos derivan en clichés. Eso pasó con García Márquez”.

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La anécdota de cómo surgió la idea de publicar McOndo es graciosa y reveladora. Buen narrador, Fuguet la cuenta como si se tratase de un cuento suyo. Estaban en Iowa (Estados Unidos) él, un mexicano y un argentino haciendo estudios y les pidieron que escribieran unos cuentos para publicarlos.

Él y su compañero argentino escribieron sobre su realidad de jóvenes latinoamericanos de clase media que viven en una gran capital. El mexicano, en cambio, aunque pertenecía a una clase social acomodada y aunque era “un tipo que usaba camisetas Nike, que se había criado en los malls, cero onda mexicana”, escribió sobre “charros y viejitos con bigote, muy Juan Rulfo, mexicanísimo”, y encantó. En cambio, los cuentos de Fuguet y su colega argentino no fueron publicados porque “según los yanquis” no eran “suficientemente latinoamericanos”.

Fue en ese momento en el que Fuguet se dio cuenta de que en el norte hay un problema de percepción sobre qué es América Latina, que se quedaron en los días del boom y con el modelo de Cien años de soledad. De inmediato se dedicó a buscar nuevos narradores latinoamericanos que no escribieran como García Márquez y los reunió en la antología.

“El concepto de McOndo era celebrar de América Latina esas cosas que a muchos críticos culturales no les gusta, es decir, esa mezcla de razas, de culturas y evidenciar que América Latina tiene cosas muy buenas y otras muy atroces, en las artes, pero también en la vida real. Tiene desde gente macanuda que hace trabajo social hasta gobiernos corruptos, desde pintores extraordinarios hasta gente que muestra la nalga en la tele. Que todo eso es América Latina. Creer que solo es Borges es un error y creer que es solo gente con quena y con poncho (que realmente cada vez hay menos y que es gente que se saca el poncho, se pone sus jeans y se van a bailar cumbia), también. Más o menos eso era McOndo. Yo nunca quise matar al realismo mágico. Yo lo que quise fue decir ojo”.

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Escritor, crítico, portada de Newsweek y ahora también cineasta, el chileno podría ser inspiración para otros jóvenes artistas latinoamericanos. Para él, lo más importante es que los escritores de este continente se saquen de la cabeza la idea de que hay que salir del país para aprender y para escribir.

“No creo que hay que irse a París, en un sentido metafórico o real. Antes sí, pero ahora París es donde tú vives. Lo principal que yo diría a un joven escritor es que escriba cuentos y novelas sobre el mundo que conoce, que no sientan que tienen que escribir sobre París o vivir en Barcelona, que todo lo que se necesita lo tiene ahí en su país, computadora o lápices y con eso basta. Yo creo que no se ha escrito la gran novela de Guayaquil (de un tipo que trabaja en el Malecón 2000) o de Asunción y allí, en esas ciudades, hay muchísima historia, tienen material de sobra para narrarlas. El que escriba sobre eso y lo haga bien, la tiene ganada”.