Quienes administran las librerías reconocen que el cliente necesita un espacio para revisar lo que va a llevar. Establecimientos que se encuentran en los centros comerciales como El Librero, Vida Nueva, Libros y Cuentos, y Nueva Selecciones, tienen sillas o muebles con pequeñas salas donde los compradores pueden revisar las obras antes de adquirirlas. Sin embargo, algunas de las que no se encuentran en estos centros de distracción no se quedan atrás. Es así como en el centro de Guayaquil, la Librería Científica cuenta con una cafetería y un salón para eventos. Librería Cervantes  posee una sala para los clientes en su local de este sector y en el de la vía a Daule. Frente al Malecón 2000, La Librería tiene una cafetería donde los compradores pueden sentarse a ver el producto.

Pero en otras librerías de Guayaquil no se han dado estos cambios. “A las librerías que les afectó la transición del dólar se quedaron con muchos libros. Yo quisiera construir una cafetería y una sala de teatro donde se apoye a los artistas, pero no me es posible por falta de presupuesto”, explica Carlos Bustamante, propietario de librería La Ilíada (Corbusol).

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Algunas librerías cuentan con lugares donde se puede tomar un café mientras se revisa un libro. Aunque unos libreros opinan que es mejor no ofrecer este servicio por temor a que el material de venta se estropee; otros, como Ramiro Cepeda, dueño de La Librería (Malecón y Junín), piensan  que es una  atención al cliente que lo hace sentirse a gusto y por ende, regresar, a pesar de la poca rentabilidad que tiene.

Frente a estos cambios, Florencio Compte, propietario de Librería Compte, explica que “se sigue un poco lo que se hace en Estados Unidos y en Europa, donde los café libro son concurridos porque van escritores, lectores y se hace un intercambio de opiniones sobre las nuevas obras que están saliendo”.

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