Víctor Pino Yerovi, Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de Historia

En su obra de 566 páginas titulada Por la Pendiente del Sacrificio, publicada 25 años después de su muerte por disposición del autor, el Dr. Carlos Alberto Arroyo del Río hace una documentada defensa del soldado ecuatoriano que combatió en el conflicto bélico con el Perú en 1941, desamparado ante la carencia casi total de armamentos, por descuidos, penuria fiscal y luchas intestinas de los anteriores 30 años a su gobierno, más la débil y descuidada diplomacia de aquel periodo.

Con documentos fehacientes, demuestra las causas de los males que debimos sufrir y pagar en el tratado que se nos impuso en Río de Janeiro. No obstante, por desconocimiento o intencionalmente, se trató de inculpar al presidente Arroyo injustamente de esa lamentable herencia. Y no faltaron oficiales de graduaciones inferiores que, por resentidos o por buscar protagonismo en el inveterado golpismo, se lanzaron a la aventura del cuartelazo del 28 de mayo de 1944. Tanto se ha dicho y escrito sobre este sangriento suceso, pero siempre a favor de aquel golpe de Estado, que parecería ser ya cosa juzgada, y por lo tanto ocioso volver sobre el tema. Sin embargo, es de justicia aclarar los hechos.

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La iniciación de ese movimiento, a pesar de todo lo que se quiera sostener en contrario, fue una sublevación de cuartel y no una revolución popular. El Telégrafo del 25 de mayo de 1945 publicó un artículo sobre un relato escrito por el jefe militar de la acción, capitán Sergio Enrique Girón: “Fue durante las últimas semanas del pasado año de 1943, en la población de Piñas donde se fraguó un plan revolucionario militar que meses más tarde, debía culminar en las jornadas de reconstrucción nacional de los días 28 y 29 de mayo”... “La oficialidad de las unidades... declararon su entusiasta apoyo a las gestiones realizadas por el entonces teniente Girón, antes de que fuese trasladado el 11 de marzo de 1944 a la ciudad de Guayaquil, en cuya plaza ingresó con el grado de Capitán, en la oficialidad del grupo de Artillería Villamil”... “La labor de captación de adherentes en el seno del Grupo... dio comienzo tan pronto como el capitán Girón ingresó al cuartel de esta unidad... con el teniente Luis Mora Bowen y luego con el teniente Oswaldo Merino. Después de estos hechos, se realiza la primera entrevista entre el capitán Girón y los elementos civiles...

Que la revolución tuvo origen en los cuarteles y no fue de inicio popular, lo confirma José María Velasco Ibarra, en el primer Considerando del Decreto Nº 1 que suscribe al asumir el Mando: JOSÉ MARÍA VELASCO IBARRA, CONSIDERANDO: Que el Ejército ecuatoriano interpretando el unánime deseo del pueblo, destruyó un aparente orden legal basado en el Decreto Legislativo de facultades omnímodas etc., etc., DECRETA: Artículo 1.- Asumir desde esta fecha el ejercicio de la Presidencia de la República. Dado etc., etc. 

Entre 1901 y 1940 se habían sucedido 30 gobernantes entre militares, independientes, y de diverso matiz político. En esos 40 años solo debieron gobernar 10 presidentes. Y en todo este desorden tuvieron mucha responsabilidad los congresos de turno.

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De lo expuesto se concluye que: la inveterada costumbre del golpismo, la intervención de nuevas ideologías izquierdistas opuestas al régimen liberal de centro, el liderazgo populista, el revanchismo político del velasquismo, se confabularon para secundar la revuelta militar que venía fraguándose en los cuarteles desde fines de 1943. La crónica de las revoluciones sangrientas la escriben los vencedores, tergiversando los hechos, y convirtiéndolos en la sola fuente de información al alcance.

Comenzó el año 1944 con problemas para el Gobierno, derivados de una creciente y combativa oposición al régimen. Mientras elementos militares preparaban clandestinamente la revuelta, el Dr. Francisco Arízaga Luque agrupaba disidentes liberales, socialistas, conservadores y comunistas, en una coalición denominada Alianza Democrática Ecuatoriana, ADE; mientras el horizonte político se agravaba por la controvertida candidatura del Dr. Miguel Ángel Albornoz a la Presidencia de la República, prominente político de amplia trayectoria, pero que no contaba con apoyo popular ni de otras fuerzas activas del país. Era liberal y se tildó su designación de continuismo político.

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Para entonces tenía yo 23 años de edad y trabajaba en Guayaquil. Solicité vacaciones para trasladarme a Quito y acompañar a mis tíos, pues su único hijo Agustín estudiaba en EE.UU. Cuando llegué supe que se gestaba un golpe de Estado pero el Gobierno confiaba controlarlo. Esa noche el Presidente descansaba en el dormitorio, mientras yo conversaba con mi tía. De pronto un automóvil se detuvo frente a la puerta de calle. –Víctor... mira quién llega, no me gustan los visitantes de medianoche. Nunca traen buenas noticias, dijo ella.

Era el ministro de Gobierno, Dr. Aurelio Aguilar Vásquez. Preocupada, tía Elena me dijo: –Hijito... despiértalo tú... Al incorporarse comentó: “Ya comenzó la función”. Se vistió y bajó. Sus edecanes mayores Ramírez y Gallegos ya se encontraban allí. Pronto llegaron el ministro de Defensa, general Alberto Romero, y otros oficiales; el secretario de Administración Pública, señor Gustavo Bueno Bustamante, y el secretario Privado del Presidente, Dr. Francisco Urbina Ortiz. El informe de los ministros decía que “pasadas de las diez de la noche, se había sublevado la guarnición militar de Guayaquil. En los cuarteles se entregaron armas al pueblo (no tiene nombre semejante irresponsabilidad) y juntos soldados y civiles apoyados por tanques blindados, atacaron el cuartel del batallón de carabineros, leal al Gobierno, incendiándolo.
Su comandante mayor Proaño salió con las manos en alto manifestando que se rendía por agotárseles las municiones y en respuesta lo acribillaron a balazos al igual que a los heridos.

La única conexión con Guayaquil era la del telegrafista del Banco Central. El Cuerpo de Carabineros había sido creado varios años antes de subir el Dr. Arroyo al poder, para guardar el orden interno del país, razón por la que no contaba con la simpatía del Ejército.

En Guayaquil el señor Rufo Lago de la Policía de Seguridad, fue linchado y decapitado. Su cabeza la pasearon en la punta de una lanza. En Riobamba el señor comandante Manuel Carbo Paredes, fue arrastrado por las calles y luego incinerado. Estas y otras noticias llegaban a la Casa Presidencial por el telégrafo instalado en ella mostrando el paulatino deterioro de la situación en el resto del país. Pero la serenidad del Presidente nos infundía confianza. 

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Preguntado el Ministro de Defensa qué podría hacerse para controlar la situación, el general Romero le respondió que en esos días había hecho concentrar la mayor cantidad del parque de municiones en la ciudad capital; de manera que, si los revolucionarios podían disparar –por decir un ejemplo– solamente dos horas seguidas, la guarnición de Quito podría disparar 48 horas, dominándolos. Agregó que al retomar Riobamba, Cuenca y Guayaquil, se producirán irremediablemente gran número de bajas.

A esto respondió el Presidente: “Por mucho tiempo que me faltara para terminar mi periodo, no me mancharía en sangre de ecuatorianos; menos aún por dos meses y días”.

Entonces tomó la resolución de renunciar, y el canciller señor Francisco Guarderas, inició sus gestiones para asilar al Presidente en la Embajada de Colombia. El presidente Arroyo convocó en un salón a los funcionarios presentes y escribió su renuncia ante el Presidente del Congreso, como correspondía. Considerando lo acontecido en el país en esos últimos años, bien podría decirse que con ese acto terminaba un capítulo trascendental de la historia ecuatoriana. Pasadas las cinco de la tarde, llegamos a la Embajada de Colombia. Acompañábamos al Dr. Arroyo el Dr. Francisco Guarderas, el ex edecán mayor Ramírez y yo. En la puerta nos esperaban quienes serían en adelante nuestros gentiles anfitriones: el embajador Dr. Alberto González Fernández y su esposa doña Anita Mayarino. Minutos después ingresaba doña Elena Yerovi de Arroyo. La salida de los esposos Arroyo de la Casa Presidencial, cada uno en su turno, se realizó con toda la dignidad que les caracterizaba, sin apresuramientos ni escenas que habrían podido ser propias de tan graves momentos.

 Regresé con el chofer en busca de las maletas que previamente habíamos dejado listas, y volví pues me esperaba mi estimado amigo el Dr. Francisco Urbina Ortiz, quien me ayudó a sacar otras pertenencias. Antes de salir, le dije a Pancho: “Voy a llevarme una botella de whisky que compré ayer, porque ‘esta noche me emborracho bien, me mamo bien mamao, para olvidar’, como dice el tango, y a la mierda con esta revolución del carajo”. Luego devolví el automóvil y me fui a pie a la Embajada.

Eran las 22 horas. La noche era fresca, tranquila y silenciosa, con un hermoso cielo tachonado de estrellas. Hacía 30 horas que no dormía, que no había tenido reposo, que casi no había ingerido alimentos. Atrás quedaban agitados y confusos momentos plagados de un torbellino de trágicos sucesos, angustias y fuertes emociones encontradas, cual la peor pesadilla de mi vida. Había sido un día extremadamente largo. Caminaba despacio por esas solitarias calles de la ciudadela Mariscal Sucre, saboreando la brisa, saboreando el silencio, saboreando el repetirme que todos habíamos salido con bien. Entonces levanté el rostro y elevé una plegaria de agradecimiento al Señor.