El autor español presentó su nueva novela, El caballero del jubón amarillo, en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
La sala José Hernández del recinto La Rural donde se lleva a cabo la Feria del Libro de Buenos Aires estaba a reventar. La llegada del escritor español Arturo Pérez-Reverte había sido bien promocionada semanas atrás con una polémica entrevista que publicó el suplemento Ñ del diario Clarín de Buenos Aires.
En la conversación, el autor de El Club Dumas no había dejado títere con cabeza al despotricar contra los críticos, la industria editorial y los políticos, lo que ocasionó que varios lectores mandaran enfurecidas cartas de protesta a la redacción del diario.
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La noche del martes pasado, como era de esperarse, lo volvió a hacer. El autor se caracteriza por su frontalidad y por el desparpajo que tiene para decir las cosas que le molestan. El motivo del acto era la presentación de su último libro, El caballero del jubón amarillo, la quinta entrega de la saga de las aventuras del capitán Alatriste, libros que llevan más de cinco millones de ejemplares vendidos en el mundo entero. Pero la presentación se convirtió en una conversación lúcida y apasionada, bien condimentada con gruesos y muy españoles epítetos contra todo aquello que él repudia.
Una historia de horror
Para hablar del héroe de su novela, el capitán Alatriste, el español se volcó a su propia historia. Más de veinte años de ser corresponsal de guerra en las zonas más conflictivas del mundo le hicieron dejar atrás la mirada ingenua del joven lector “que un día se echó la mochila de corresponsal al hombro” y partió a Angola, El Salvador, Sarajevo o las Malvinas: “La guerra me quitó la inocencia, dejé de creer en dioses, en patria, en amor eterno”, confesó y se refirió también a lo que significó la literatura en esos tiempos de corresponsal: “Los libros me ayudaron a que todo el horror fuera asumible”.
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Con un discurso siempre crítico, sobre todo ante la violencia, una de las expresiones más duras de su charla fue cuando se refirió a los recientes atentados en Atocha (Madrid) y a los del 11 de septiembre en Nueva York: “La gente se horrorizó y se sorprendió con las muertes en las Torres Gemelas o en el 11 M, pero yo llevo 20 años contándolas… ¡Es que no eran vuestras cabrones!”, dijo y llovieron aplausos. Crudamente añadió: “Yo he cagado sangre en la guerra, he enterrado amigos, he visto mucho horror”.
La memoria como escudo
“El que no tiene memoria es huérfano”, dijo Pérez-Reverte para responder al por qué las novelas de Alatriste se desarrollan en el siglo XVII y explicó cómo, para él, esa orfandad es más que lamentable, peligrosa. “Cuando no tienes memoria, puede venir cualquier hijo de p… a decirte ‘yo soy tu padre y te llevaré al 11 M y a la Guerra de Malvinas’… La memoria te da fuerzas para saber cómo reaccionar cuando llega el canalla que utiliza la bandera, a Dios o lo que es importante en su discurso”.
El autor de La reina del sur criticó directamente la política estadounidense en Iraq: “Si a mí me dice George Bush que Occidente debe defenderse de esos malvados terroristas islámicos, de su fanatismo religioso, si yo no tengo memoria puedo aplaudir la idea de ir a destruirlos, pero si la tengo sé que esta es la misma guerra que siempre hubo: la del rico contra el pobre, la del que machaca contra el machacado. Se trata de rencor, no de religión. El Islam está en contra de esa imagen de la sociedad occidental de chico rubio, chica rubia, coche rubio… Cuando toda esa rabia estalle, esa será la verdadera guerra”.
Sin embargo, destacó que aún hay gente que vive con dignidad, coherencia y lealtad, cosas que no se pueden comprar en el mundo de hoy. “Hay un justo en Sodoma”, señaló con cierta esperanza. Esos seres consecuentes con lo que proclaman y creen (“como Alatriste”) son para el escritor “los que hacen valer la pena seguir viviendo todavía en este lugar… Y escribir”.
El lenguaje
Visceral en sus comentarios, el autor de Territorio Comanche no escatima sus apelativos. Demostró que no es en absoluto políticamente correcto. Repudió a los “cuatro canallas” (críticos literarios) que, en Argentina, no les dieron crédito en vida a grandes autores como Oswaldo Soriano o el mismo Jorge Luis Borges. Dijo que en España “afortunadamente” ya nadie se creía que un libro que entendiera la “señora María” (es decir, el lector común) fuera subliteratura y que eso había que tomarlo en cuenta en los otros países.
Pérez-Reverte prefiere su idioma porque considera que otros, como el inglés, “no tienen la ductilidad del castellano”. Cuenta, además, que una de las cosas más complejas de la estructuración de su novela fue que tuvo que crear una “impostura”, es decir, un lenguaje híbrido que no fuera disonante para el lector de hoy, pero que respetara el momento histórico en el que se desarrolla la novela.
Un héroe sin dioses
“Una novela es un problema que uno tiene que resolver”, reflexionó cuando le preguntaron acerca de la construcción de las aventuras de Alatriste que le ha tomado años de investigación y de escritura. Uno de esos problemas fue la construcción del personaje principal, quien se ha convertido en una especie de mito moderno y que ha sido tan exitoso que irá a la pantalla este año. Lo personificará Viggo Mortensen en la versión para el cine.
Pérez-Reverte dijo de su personaje que es una especie de héroe moderno, un “Ulises que no tiene Ítaca a la cual volver, un Aquiles que no murió, sino que anda con canas en la cabeza y sangre en los muslos. Es que yo quise preguntarme qué pasa cuando el héroe sobrevive con el horror en los ojos y navega bajo un cielo sin dioses”.