Hoy que se hace tabla rasa de la ley y que burócratas de distinto pelaje perciben emolumentos de varios orígenes, hay que rememorar a Olmedo y repetirlo hasta el cansancio. Hacerlo siempre no es entrar en el mundo de los muertos, pues su pensamiento liberal y republicano, unitario, económico, moderno, civilista y reconstructor del Ecuador aún tiene vigencia. Como estratega de la Independencia, del 6 de marzo de 1845, y de educador, permanece entre nosotros. Y son los que tienen voz y autoridad los llamados a incluirlo como materia obligada de estudio y presentarlo ante una juventud empobrecida en valores. Él es, además de ejemplo, un horizonte, ícono y un referente para imitarlo. El estudio de cualquier acontecimiento histórico está marcado por las condiciones de los hechos que se reseñan y por las características de los aspectos económicos, sociales, institucionales, culturales y políticos del momento en los que se sitúa el historiador. Por eso, al hablar de Olmedo y su tiempo, como hombre y evento del pasado, no puedo menos que mencionar su lucha contra el centralismo y desde su tiempo, acercarme al presente que interroga. Y el presente que hoy piensa e interroga al pasado es un tiempo en el cual el Estado centralista ha caducado. Se han agotado los argumentos y las razones burocráticas y la política de exclusión que se impulsa desde esa visión y tendencia. Se han evidenciado sus graves efectos económicos, sociales, políticos y culturales; y cuando las regiones, provincias y ciudades luchan por la descentralización y la autonomía, se hace más clara y trascendente la validez del pensamiento de Olmedo.

Comprometido en la lucha social de su pueblo, de su ciudad, región, del país y de la Colombia bolivariana. Con la libertad, la autonomía, el libre comercio y la abolición de la servidumbre indígena. Pensador social, intelectual de prosa insurgente y liberal, autor de un discurso y documento a favor de los indios, artífice y líder político del Guayaquil libertador de octubre de 1820 y del Guayaquil nacionalista, civilista y antimilitarista del 6 de marzo de 1845, que, con su acción, procuró la libertad de su ciudad, región y país, Olmedo es el gran líder y pensador social del Guayaquil insurgente de la primera mitad del siglo XIX. Es el tribuno que, antes que ningún otro ecuatoriano, definió y ganó su espacio en la historia de la lucha social y se consagró como un gladiador incansable y prócer de la libertad, ilustre tribuno de la guayaquileñidad, la autonomía y la unidad nacional.
José Joaquín de Olmedo es la máxima expresión histórica y social del civilismo nacionalista y revolucionario, republicano, firme arquetipo y prócer de la libertad. Un comprometido con la acción y definición política y social de Guayaquil por su Independencia. Su pensamiento es claro: no puede haber sana república ni vida democrática si las fuerzas militares se superponen a las leyes y a los intereses de la sociedad. Y esto lo proclama desde 1820. Su civilismo no deja lugar a dudas. No permite que los militares, aprovechando su fuerza, se antepongan a la sociedad y sus intereses, aun cuando invoquen supuestas causas “justas”. No tiene términos medios. La libertad se ejerce sin obstáculos y se opina sin vigilancia ni coacción pretoriana o no se es libre. Esto hay que recordarlo siempre.