El equipo del Bolillo no mantiene contacto con los hinchas en Argentina.

“¿Qué mismo será: fiesta de 15 años o matrimonio?”. Esas palabras son de Elkin Sánchez, preparador físico de Ecuador, que mañana jugará con Argentina por las eliminatorias. A las 11h47 (de Ecuador) de ayer en el hotel Intercontinental. Mujeres vestidas de gala, niños, jóvenes y adultos de saco y corbata cruzan al salón más grande del hotel, donde había una fiesta.

En un instante Sánchez vuelve a preguntarle a Patricio Maldonado, médico de la Tri, si hay alguna novedad de los jugadores. “Todo bien. Lo único es que acabo de inyectar a una aficionada”, le responde. El ambiente en el hotel se vuelve más activo. Los guardias se acercan a la puerta principal. Allí empiezan a levantar sus brazos e impiden el ingreso de 32 hinchas ecuatorianos que quieren ingresar a respaldar a los futbolistas. Entonces Sánchez busca otro sitio y se desaparece del lobby.

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Los hinchas empiezan a gritar el nombre de Ecuador. Visten camisetas amarillas con gorras de diferente color. Son de Guayaquil, Portoviejo, Machala, Ambato, Riobamba, Quito y Tulcán. Sus rostros muestran cansancio. Reconocen que apenas han dormido dos y tres horas. La vida nocturna de Buenos Aires los había envuelto en los dos días que tenían en este país.

Los gritos de los ecuatorianos impacientan a guardias y botones. El exterior del hotel se vuelve un pequeño estadio. Allí se siente una transpiración permanente de los hinchas, que piden a sus ídolos. La temperatura es de 30 grados, con un sol que quema. Del grupo sale el entusiasta Édgar Martínez, guayaquileño que vive en Quito, quien trata de ser el puente de sus amigos con los guardias en su intento de ingresar al hotel. Pero es imposible a esa hora (12h10), todos descansan en el piso 8.

La tranquilidad que pidió el técnico Hernán Darío Gómez para la Tri al parecer no la encontró en el hotel. Los jugadores no pueden caminar libremente por los pasillos, como en anteriores compromisos dentro de la eliminatoria.