“Los abogados son como los médicos; cuanto menos acudas a ellos, mejor”, aseguró George Clooney sobre su personaje en El amor cuesta caro, segunda colaboración con los hermanos Joel y Ethan Coen después de O brother. En ella encarna a Miles Massey, un cínico abogado de Beverly Hills que recuerda, y mucho, a los personajes interpretados por Cary Grant y Spencer Tracy en los años 40 y 50, y cuyo enfrentamiento con Marylin Rexforth (una Catherine Zeta-Jones en plena forma) recupera el espíritu de las viejas comedias norteamericanas de Howard Hawks y George Cukor centradas en la guerra de sexos. Y es que después de visionar esta entrega, se nos vienen a la mente clásicos de la envergadura de La costilla de Adán, Historias de Filadelfia, La fiera de mi niña y... ¿por qué no? La guerra de los Rose, una simpática comedia que planteaba la guerra a muerte entre Michael Douglas y Kathleen Turner.
No llegan a tanto Zeta-Jones y Clooney, con sus personajes en El amor cuesta caro, pero están muy cerca. Massey es un exitoso y malvado abogado divorcista cuya vida dará un gran giro cuando conoce a Rex Rexforth, quien pretende divorciarse de su esposa Marylin, pero sin renunciar a ni un solo centavo de su enorme fortuna. Aunque Rexforth ha sido cazado in fraganti (y hasta grabado en video) en los brazos de otra mujer, Massey consigue en un alarde de astucia y cinismo que su representado rompa su vínculo matrimonial con Marylin conservando todos sus bienes, sin excepción.
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Sin embargo, Massey no tiene ni la más remota idea de con quien se está metiendo. Marylin es una víbora sin escrúpulos, una femme fatale que vive engatusando a los hombres que se le cruzan, especialmente si tienen los bolsillos reventados de dinero. Y ahora que Massey le ha arruinado su plan, Marylin llevará a cabo la mejor de sus venganzas: hacerlo sucumbir ante sus encantos, para después desplumarlo por completo con ejemplar maestría.
Pero cuando Massey se dé cuenta de su treta, intentará pagarle con su misma moneda, dando pie a esta divertida guerra de sexos con todos sus condumios.
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A los hermanos Coen les gusta la dinámica del disparate y de ella han arrancado algunas buenas comedias demenciales, como Arizona baby y, sobre todo, El gran Lebowski, cuya trepidación quisieron acelerar aún más en O brother, en la que contaron con un George Clooney muy entregado. En esta nueva comedia el actor toma parte con una sabiduría, una habilidad y una comodidad fascinantes. Los Coen siguen así afinando su instinto de comediantes, combinando las inagotables tradiciones de la comedia clásica de Hollywood con su marca de fábrica: su gusto por la rareza.
Estos magníficos aventureros del peligroso juego de ir contra la corriente en el cine norteamericano a veces se equivocan y otras nivelan con cautela su afán de autoría y su instinto de comediantes, y así logran delicias como Fargo y Barton Fink, donde se resuelven con mucha soltura las dificultades que presupone el difícil género de la comedia.
Y todo esto les conduce a esta entretenida y preciosa El amor cuesta caro, una magnífica comedia, de notable singularidad pero de corte clásico.
El resultado de la producción es un excelente trabajo formal, de cuyo interior el ingenio desbordado de los Coen extrae chorros de vitalidad, mientras salpican de la pantalla grandes destellos de gracia de un reparto perfecto, arrastrado por un George Clooney magistral, irresistible, que da lecciones de calidad interpretativa. Su compañera, Catherine Zeta-Jones, rompe la pantalla con su simple presencia y, además, está a la altura de su formidable contrincante en una gozosa pelea llena de formas canallas de agresión, que obviamente es el lado duro del agradable y explosivo idilio de fondo, que está allí, como mandan los cánones, en las enrevesadas leyes de la comedia.