María Elena Stangl guarda las bandas y coronas que recibió en 1985, cuando fue Miss Ecuador y Reina de Guayaquil al mismo tiempo. Ahora gerencia la empresa que creó junto a su esposo, Fabricio Valdivieso, y cuida a sus hijos: Stephanie (14 años) y Fabricio (6). Una reciente encuesta le dio el 15º lugar en la elección de la Miss Ecuador más bella de la historia.
A seis días de las fiestas por la Independencia de Guayaquil, la ciudad no tenía reina. Era 1985 y el alcalde de entonces, Abdalá Bucaram, quien había tomado el control de ese concurso, había abandonado el país dos semanas antes –luego de ser acusado de difamación contra el Presidente de la República (León Febres-Cordero) y las Fuerzas Armadas–.
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En esa convulsión política, María Elena Stangl recibió una llamada del gobernador del Guayas de la época, Jaime Nebot, para pedirle que reciba el cetro y la banda como Reina de Guayaquil.
Así lo hizo, y el 9 de Octubre desfiló a bordo del tradicional carro alegórico. Llevó la banda con las franjas celeste y blanco, pero debajo lució otra.
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La nueva reina de la ciudad no solo era una guayaquileña de 18 años y estudiante de Economía: era la mujer más bella del país. Cuatro meses antes, María Elena se había convertido en Miss Ecuador. No estudió modelaje, pero ser madrina de varios colegios hizo que tuviera suficiente experiencia para desfilar por la pasarela del Teatro Nueve de Octubre y ganar ese título.
Aunque han pasado 18 años desde que sus fotos aparecieron en la prensa, luciendo grandes aretes y collares, ella recuerda con detalles que la noche de su elección, un 4 de junio, debió hablar sobre la igualdad del hombre y la mujer, en la pregunta de rigor que se hace en los certámenes de belleza.
“Me referí a la inteligencia, que todos somos capaces, que la mujer tiene que conservar su feminidad, y que no se trata de competir sino de ayudarnos. Puse de ejemplo el matrimonio, que es la unión de dos personas que luchan por salir adelante”, dice.
Esto lo aplicó en su vida cuando terminó sus reinados y conoció al que sería su esposo, Fabricio Valdivieso. Hoy conforma con él una empresa que organiza torneos Challenger. Él es el presidente y ella como gerenta está encargada de gestionar la movilización y hospedaje de los tenistas. Esas tareas, más administrativas, la mantienen en la escena pública, aunque ahora deja el protagonismo a su esposo.
Sin embargo, aún la reconocen en la calle y se le acercan a pedir autógrafos, quizás aquellos ex alumnos de colegios y universidades que escucharon sus charlas sobre el uso indebido de las drogas en su época de reina.