Quien ejerció una mayor influencia sobre la obra de Anaïs Nin fue su compatriota, el escritor Henry Miller.
La importancia de Anaïs Nin, de cuyo nacimiento se cumple este año el primer centenario, no radica en su literatura, ostensiblemente mediocre, sino en su provocador papel social en la historia de la revolución sexual del siglo XX.
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Sus ideas, plasmadas en sus escritos, proclaman la defensa de la autonomía integral de las mujeres, su independencia erótica, así como el derecho al placer.
La suya es una retórica algo primitiva y simple del freudismo como mecanismo imaginario, que puede atreverse a la mitomanía, o incluso a la confianza ciega en la convocatoria de las fuerzas primordiales que mueven a los hombres y las mujeres. Sin embargo, su efecto característico, la avidez frente al misterio que se envuelve en sí mismo para conectar el deseo, es el ingrediente esencial en la literatura de Anaïs Nin.
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En definitiva, la escritura que construyó a lo largo de su trayectoria, se adhiere a una suerte de rito provocador que ha sublimado, al divulgarse, los secretos del furor amoroso frente al objeto amado, la sensualidad en tanto vía plena de la existencia, así como la implacable búsqueda del equilibrio entre la carne y el espíritu.
La mejor definición de su obra la expresó ella misma cuando dijo: “El arte es un método de levitar con el fin de separar el propio yo por encima de la esclavitud de lo terrestre”.
Sus ideas
Desde el punto de vista social y de la historia de las mujeres, las ideas libertarias de Anaïs Nin, tuvieron algo más de importancia que su literatura ya que al convertirse sus obras en éxitos de ventas, su pensamiento llegó a muchas personas que tuvieron la oportunidad de modificar sus puntos de vista sobre la sexualidad femenina.
Anaïs Nin fue conocida en España en la década de 1970, durante el boom de la literatura erótica tras la muerte de Franco. En apenas cuatro años, entre 1978 y 1982, se agotaron tres ediciones de su Delta de Venus. Su mejor obra, sin embargo, son sus Diarios que totalizan unas 15.000 páginas. En opinión de Henry Miller, su maestro, amigo y amante, se trata de una obra llamada a ocupar “un lugar al lado de las revelaciones de San Agustín, Petronio, Abelardo, Rousseau y Proust”. Evidentemente, el juicio crítico del autor de Trópico de cáncer estaba obnubilado por la pasión.
Hija del pianista y compositor español Joaquín Nin, Anaïs nació en París el 21 de febrero de 1903. Aunque su padre era a su vez descendiente de franceses, daneses y cubanos, sería la nacionalidad de la madre (norteamericana) la que le sería impuesta a la futura escritora.
Fue un hecho dramático la separación de su padre cuando ella apenas contaba 10 años, lo que llevó a la pequeña Anaïs a tomar la pluma. Trasladada junto a su madre y sus hermanos a Nueva York, el desarraigo también sería determinante en su vocación.
Casada en 1923, vuelve a su París natal. En su regreso a la capital francesa, los surrealistas acaban de darse a conocer bajo los auspicios de André Breton. Anaïs entra en contacto con ellos algunos años después, con motivo de la publicación de su ensayo D.H. Lawrence: An Unprofesional Study (1932).
Serán los surrealistas quienes inculcarán en Anaïs el sentimiento antiburgués y antifilisteo que la caracterizará más tarde. De todo el grupo surrealista, es con uno de sus primeros disidentes, Antonin Artaud, con quien tendrá un mayor trato. Sus biógrafos citan al psicoanalista Otto Rank como a otra de sus grandes referencias.
Ahora bien, quien ejerció una mayor influencia sobre la obra de Anaïs Nin fue su compatriota Henry Miller.
Además de literaria, llegaría a unirla con él una relación sentimental. No obstante, ciertos sectores de la crítica tienden a asociar a Anaïs Nin con otra pluma totalmente ajena a esa efervescencia cultural del París de entreguerras: Colette.
Ya desde el título de su primera novela, La casa del incesto (1936), es evidente la obsesión de la escritora por su padre. La misma pasión viene a ratificarse en las páginas de Invierno de artificio (1939). De nuevo en Estados Unidos, la autobiografía, más o menos marcada por la figura paterna, es el principal argumento de novelas como Bajo la campana de cristal (1944), Hijos del albatros (1947), Una espía en la casa del amor (1954) –primer texto abiertamente erótico–, Ciudades de interior (1959) –relatos– y Collage (1964).
Pero serán sus Diarios los que le proporcionen el reconocimiento internacional. El primero de ellos, concerniente al periodo comprendido entre 1931 y 1934, aparece en 1936. Concebidos a la manera de la búsqueda de Proust, la propia autora define su obra maestra con las siguientes palabras: “Este diario es mi kif, mi haschish, mi opio (...).
En lugar de escribir una novela, me tiendo con una pluma, este cuaderno y sueño (...). El sueño es mi verdadera vida”.
Muerta Anaïs en Los Ángeles, el 15 de enero de 1977, las últimas entregas de sus Diarios verán la luz con posterioridad. Póstuma también será la publicación de sus colecciones de relatos eróticos escritos en los años 40, Delta de Venus (encargo de un excéntrico multimillonario que le pagaba a dólar la página) y Pájaros de fuego (1978).