Son cientos, quizás miles los ecuatorianos que trabajaron en la remoción de los escombros en las Torres Gemelas y sus edificios circundantes. Ellos observaron la dimensión de la tragedia mucho más de cerca que el resto del mundo, pero ahora sufren los efectos físicos y afectivos.

El edificio está escondido entre viviendas y unos pocos locales comerciales. Se llama San Marcos, igual que la calle de Manhattan que lo cobija. Su insignificante fachada, sin embargo, esconde cientos de secretos, angustias, insomnios, temores, traumas.

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Todas esas dolencias y un denominador común: pertenecen a hispanos que desde el 12 de septiembre del año 2001 participaron por largo tiempo en la limpieza del gran agujero que el terrorismo dejó donde, hasta un día antes, habían estado las Torres Gemelas del Centro Mundial de Comercio, en Nueva York.

San Marcos es un Instituto para la Salud Mental, y en una de sus oficinas interiores, cuando llego, a las 12h30 de un sábado reciente, se cumple un seminario en el que la doctora María Malinoswka, de origen polaco, y su asistente, la terapeuta guayaquileña Gisell Gavilánez, explican a un grupo de diez latinos cómo cuidarse emocionalmente.

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Lo que más llama la atención es que ocho de esos latinos son ecuatorianos. Y se autodenominan “asbesteros”, por la característica de su trabajo principal: retirar el asbesto en zonas de demolición.

Y están conscientes del riesgo para su integridad física que significó el haber manipulado ese material, así como convivir con la muerte y el entorno trágico, en casos hasta por nueve meses, todos los días, doce horas diarias. Como le ocurrió a Mariana, una ecuatoriana de 37 años, que no ha podido ir a los seminarios por el deterioro que le provocó esa labor. Ella trabajó dos meses en el área de la tragedia, pero dejó de hacerlo por el permanente dolor de cabeza, vértigos, fatiga y sed que sentía y de los cuales mucho después mantenía rezagos.

“Los doctores están analizando cómo se trastornaron en el cuerpo, con erupciones en la piel”, comenta la terapeuta Gisell Gavilánez.

A ella, sin embargo, le corresponde atender a sus compatriotas en otros problemas, “estrés postraumático, ansiedad, nerviosismo, desesperación... hay personas que manifiestan un desequilibrio...”.

Gavilánez habla mientras la psicóloga María Malinowska explica a cada uno de los presentes cuáles son las rutinas a cumplir y cuáles los beneficios que tienen, gracias a fondos especiales, que se crearon y organizaron después del 11 de septiembre.

“Además por el dinero de organizaciones no gubernamentales, la Cruz Roja, y personas que donaron dinero para ayudar a quienes fueron afectados por los hechos de ese día”, dice.

Atentos, escuchan Carlos García y Miguel Macías, dos guayaquileños que manifiestan cierto liderazgo frente al grupo. Ellos son trabajadores agremiados en la Unión Local número 78, que se puso directamente en contacto con el centro San Marcos, sin intermediación de autoridades, consulados o comités.

Y aunque saben lo riesgoso de la tarea que cumplieron, dicen estar más tranquilos que otros, porque en su grupo pudieron contar con los implementos necesarios para evitar una intoxicación química.

“La verdad es que yo no aguanté allí más de una semana... el olor a muerte me hizo huir de ese lugar”, confiesa Carlos García, quien vive 30 años en Nueva York.

Miguel Macías, en cambio, se quedó cerca de seis meses. Incluidos sábados y domingos, portando sus botas, máscaras y traje especial, pero coincide con García en lo tétrico del escenario de su trabajo. “Es lo más horrible que he visto”, admite.

García y Macías me acompañaron hasta la Zona Cero. Paradójicamente, el primero recordó entonces que, pocos meses después, llamaron a su gremio personas de agencias de turismo que necesitaban un guía para llevar a un grupo de extranjeros a ese lugar y “me gané ese dinero, explicándoles cómo era esto y qué significaba cada cosa”, sonríe.

Pero es Miguel Macías quien explica algo que para los parientes de las víctimas y para quienes trabajaron allí es especial. Una cruz de metal colocada en uno de los costados del agujero y que era parte de la estructura de las Torres Gemelas que quedó con esa forma y ahora es un símbolo de religiosidad, y de la presencia de un ser superior velando por las almas de quienes nunca pudieron ser identificados.

Cruz a la que se aferran también quienes no saben qué sorpresas físicas y mentales les quedan por descubrir, tras haber sido parte de la remoción de los escombros.

Escuche  Citynoticias, (7h00 a 10h00) informes especiales sobre los ecuatorianos y el 11 de septiembre.