El deseo de ser madre fue más fuerte que la aparente imposibilidad de tener un hijo para María Siavichay. Luego de seis años de matrimonio con Héctor Jadán, en 1990 se sometió a una fecundación in vitro en Bogotá, Colombia, y se convirtió en la primera mujer ecuatoriana en traer al mundo un bebé de probeta.

 Su esposo, quien ese año tenía 48 años, no se atrevía a dar aquel paso por “principios religiosos” –decía–,  incredulidad y porque ya tenía tres hijos de su matrimonio anterior del que enviudó.

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María Siavichay tenía entonces 37 años. Ella acudió donde monseñor Luis Alberto Luna Tobar, para pedirle consejo y recibió ánimos para continuar con su propósito. El sacerdote le manifestó que también Dios ha puesto la ciencia al servicio de la humanidad.

Con aquellas palabras la pareja decidió arriesgarse a iniciar aquella “travesía” –como la llama Héctor– para la cual no sabe cómo lograron obtener los 5.500 dólares que costó el tratamiento, entre exámenes y la fertilización misma.

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Esperanzados llegaron a Colombia, el país más cercano donde podía efectuarse el tratamiento. María Siavichay tuvo que permanecer allá casi dos meses y medio, hasta que le dieron la noticia de que estaba embarazada y que podía retornar al Ecuador, donde los cuidados debían extremarse, hasta la fecha en la cual se diera el parto.

El 8 de febrero de 1991, a las dos de la mañana, como lo cuenta Héctor, nació María Fernanda Jadán Siavichay, quien llegó ante la incredulidad y la esperanza, pues antes de la fecundación su madre tuvo tres abortos y un embarazo fuera del útero.

Con admiración y orgullo comentan que ella demostró desde el preescolar ser muy fuerte, pues salió en defensa de su primo, 6 meses menor que ella, cuando dos compañeros lo golpeaban.  También es común verla haciendo pruebas de fuerza con amigos o familiares varones.

María Fernanda estudia en el colegio militar Abdón Calderón y forma parte de las cheerleaders de su plantel.
Su mayor inclinación, además de las matemáticas, es desarmar objetos. El taller que tiene su padre, una mecánica automotriz, es un paraíso para ella.

Ahí pone a prueba sus destrezas, al ubicar las piezas donde corresponden. Esta  habilidad demostrada desde los 3 años dejó sorprendida a su tía política, cuando colocó cada pieza de tornillos y brocas en su caja de herramientas. En el taller empezó a desarmar un carburador, pero ahora se inclina por hacer su trabajo con un motor “porque tiene más piezas”, dice.

La mayor preocupación de la familia es hallar  un colegio donde pueda especializarse ya que su idea es seguir el oficio de mecánica automotriz, puesto que en esta ciudad, el colegio particular donde hay esta carrera es exclusivo de varones.