Recorrer los añejados caminos de la infancia para encontrarse con ese Guayaquil pretérito es gratificante.
Surgen a borbotones las diversiones infantiles de antaño y entre estas dos: el pepo y los ñocos, que los niños jugaban con bolitas de cristal.
El pepo consistía en tirar por sorteo la primera canica al suelo y el sucesivo jugador debía golpearla con su bolita, si fallaba perdía el turno. Quien lograba la mayor suma de golpes o pepos, era el ganador.
En cambio para el juego de los ñocos, en la tierra entre piedras, lomitas, o pequeños obstáculos, se hacían unos huecos (ñocos) donde los jugadores tingando una bolita con el índice, tenían que acertarlos; el que no lo lograba quedaba con su canica en el sitio donde había llegado y cedía el turno al inmediato jugador, y así sucesivamente. Quien acertaba seguía al siguiente, y el jugador que llegaba primero al último ñoco, era el ganador.
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He desovillado con estas remembranzas mis sueños de escolar, y recordado que eran para mí y algunos amigos de esa primera infancia, la mayor devoción.
¡Ah, Guayaquil de mis olvidadas emociones y amigos infantiles, cuánto te amo!
Miguel Zea Laino
Guayaquil