¿Desaparecerán las emociones humanas en una página web?
¿Es el libro el Quijote vs. un molino virtual?
Desde que un ser humano quedó horrorizado y fascinado al mismo tiempo por el fuego, mientras otro, no lejos de ahí, cortaba a su piedra un trozo para hacerla más arma que mineral; la raza fue marcada por una curiosidad inclemente.
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Del fuego a la Internet hay miles de años de sorpresas y temores. Parece que una parte de la humanidad no se cansa de inventar y, la otra, de escandalizarse por los inventos. La porción intermedia, generalmente joven, agradece la tecnología y, sin santiguarse siquiera, se lanza a ser usuaria apasionada de ella.
El nuevo territorio, no geográfico sino informático, es una realidad que todos empezamos (eufóricos o temerosos) a habitar.
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Misoneísmo
Como “aversión o rechazo hacia las novedades”, define la Real Academia Española a la palabra “misoneísmo” que viene de las voces griegas miseo (yo odio) y neós (nuevo). El temor, las advertencias, ante la amenaza tecnológica, por lo tanto, nos convierten en misoneístas.
Las declaraciones del premio Nobel de Literatura, José Saramago, podrían ser ejemplo de un misoneísmo romántico. Para él, la comunicación a través del correo electrónico es “una venganza de la tecnología”, pues no permite a los humanos transmitir emociones.
En una entrevista con el diario romano Il Messagero, el escritor alaba la comunicación directa. En ella, “interviene la mirada, el olor, la presencia física. En una carta puede todavía caer una lágrima, pero el correo electrónico nunca puede ir acompañado de emociones”.
Palabras más o menos, muchos intelectuales anuncian, apocalípticamente, la deshumanización de la sociedad futura y la suplantación del libro por las nuevas tecnologías.
Usuarios
Pero, como a la Casandra de la mitología griega, pocos oídos le prestan atención a los vaticinios funestos sobre la suerte del libro.
La Internet gana fanáticos más rápido de lo que viaja la información en sus redes y algunos intelectuales sostienen fervientemente que este medio no desplazará al libro y que, al contrario, es su gran aliado.
La crítica argentina Beatriz Sarlo reconoce que en la red “se trata de leer; y no, como podría parecer una fantasía adolescente, de deslizarse de imagen a imagen. La red no es un videoclip”. Daniel Link, otro estudioso, ha observado que “Internet es un espacio cuyo uso eficaz es predominantemente académico (...). La red no representa el ocaso de la cultura del libro, o por lo menos, aunque desaparezca el libro aún no anuncia el reemplazo de la cultura de lo escrito”.
Todavía arrobado, todavía amenazado, el individuo del siglo XXI, 400 años después de El Quijote, quizás usa láser y no lanza y navega en lugar de consultar. Pero la fantasía, la narratividad y la necesitada, ancestral, pasión de la humanidad por ellas -virtualmente- no morirá.