El título sugiere cierto tinte erótico. Pero más que erotismo, que no lo tiene, la cinta francesa Terapia del placer logra transmitir ternura y que el público reflexione sobre un tema que casi todos prefieren ignorar: la sexualidad de los discapacitados. Filmada en el 2000 y dirigida por Jean Pierre Sinapi, la película, que ganó el premio del público en los festivales de Berlín y San Sebastián, se titula originalmente National 7 y se desarrolla en un centro médico, donde se hallan asiladas personas con discapacidades físicas.
Uno de los internos es René (Olivier Gourmet), quien sufre una enfermedad degenerativa. Intelectual de tinte izquierdista, de carácter hosco e irascible, no hace amistad con sus compañeros. Siempre tiene para ellos una palabra ofensiva o un comentario cruel, y el personal del centro le parece un grupo de inútiles.
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Julie, una enfermera que al principio recibe los ataques de René, será luego su luz y quien lo ayuda a recuperar la alegría. Él le pide que le consiga una prostituta. Desea hacer el amor ahora que aún puede. Pero tanto René, que sufre su incapacidad, como Julie, con su conmovedor afán de ayudar, tienen que enfrentarse al prejuicio de los médicos, pues ni siquiera ellos creen que los discapacitados necesitan una vida sexual.
A más del conflicto central, en esta película, construida a partir de hechos reales y filmada en un sanatorio verdadero, hay otras pequeñas historias, como la dificultad de la convivencia social, la soledad de Julie y la indecisión de sus dos pretendientes. Se toca también el tema de la homosexualidad.
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Uno de los momentos grandes del filme es la manifestación que realizan los enfermos para reclamar por los derechos de uno de ellos, un paralítico homosexual y por ello doblemente marginado, que quiere convertirse al catolicismo y tener como madrina a la prostituta Floréle, con la cual René y algunos de los internos tuvieron relaciones. La gran paradoja que muestra la película, es que no solo los discapacitados tienen problemas afectivos y la lección que ofrece es que la incapacidad de amar está, más que en lo físico, en nuestros propios miedos interiores.