No hay nada más personal e íntimo que la producción plástica de esta mujer de pobladas cejas y colorido atuendo, que encontró en la pintura un alivio para su dolor físico y una alegría para su soledad, y con ello, quizá sin proponérselo, una estética distinta para el arte mexicano, preocupado, en las primeras décadas y mediados del siglo XX, de temas de denuncia social y de connotaciones políticas, del cual su esposo, Diego Rivera, era uno de los máximos exponentes. Realizó una autobiografía con sus manos y sus colores. Kahlo, como casi todos los destinados a trascender, vivió poco (nació en Coyoacán, México, en 1907, y falleció en el mismo sitio en 1954), apenas 47 años. Suficientes para legar al mundo una obra y un nombre que se agiganta con el tiempo. Su pintura, que gozó de una discreta aceptación en vida, alcanzó notoriedad luego de su muerte.

Ahora es, junto con la poeta Sor Juana Inés de la Cruz (figura representativa del barroco latinoamericano que vivió en la segunda mitad del siglo XVII), uno de los emblemas de México. Entre los fanáticos de Kahlo se cuentan desde coleccionistas y críticos de arte, hasta la cantante Madonna y las actrices Jennifer López y Salma Hayek. Incluso entre las dos últimas surgió una competencia. Ambas querían personificarla en el cine. Una disputa que ganó finalmente Hayek.
Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón, tal el nombre completo de la artista, fue la penúltima hija del matrimonio formado por el fotógrafo Guillermo Kahlo, de origen alemán y la mexicana Matilde Calderón. Tuvo tres hermanas. La pequeña Frida, que a los siete años enfermó de poliomielitis, se identificó siempre con su padre, de quien aprendió los secretos de la fotografía, enseñanzas que le sirvieron en su oficio pictórico. Para ocultar la secuela de la polio usaba pantalones en su adolescencia y más tarde, trajes largos de llamativos colores, que combinaba con joyas de diseños exóticos de motivos mexicanos. El vestuario era una de sus señas particulares.

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A los 18 años, cuando retornaba de clases junto con un amigo, vivió el acontecimiento que trastocó su existencia. El vehículo en el que viajaba tuvo un accidente. Una barra de metal le perforó el vientre. Se le afectaron la pelvis, su pierna enferma, la vagina y la columna vertebral. Pasó una larga temporada en recuperación, confinada a una cama. Durante su existencia se sometió a más de una treintena de operaciones para buscar alivio, pero nunca volvió a ser la misma.

Como consecuencia del accidente quedó imposibilitada de ser madre y el dolor corporal no la abandonó. Se afirma que por ello se drogaba.

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En su soledad de enferma, sin más compañía que ella y sus fantasmas, Kahlo empezó a pintar. Primero retratos de amigos y después autorretratos acompañados de situaciones e imágenes en los que muchos encuentran matices surrealistas. Es entonces cuando cobra sentido su frase “me retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola y porque soy el motivo que mejor conozco”.

Pintaba acostada. Una sobrina de la artista afirmó alguna vez que su tía no era surrealista, como se cree por los animales extraños que aparecían en sus obras.

Todo lo que pintaba lo tenía en su casa de Coyoacán, hoy convertida en museo.

Su pintura no se encasilla específicamente en ninguna escuela. Ese detalle la hace sencillamente única.

Otra faceta de la vida de Kahlo fue su tortuosa relación con el muralista Diego Rivera, famoso pintor mexicano, con quien se casó dos veces. La primera en 1929, cuando ella tenía 22 años. Se divorciaron en 1940 y volvieron a contraer nupcias al año siguiente.

Fue la tercera esposa del artista, conocido por sus romances extramatrimoniales. Incluso se afirma que tuvo amores con una de las hermanas de Frida. La pintora también le fue infiel. Se le adjudican como amantes al revolucionario León Trotsky, quien se hospedó en la casa de los Rivera Kahlo durante su estancia en México, y a varias mujeres. Era bisexual. Alguna vez confesó que Rivera fue su segundo accidente. No obstante, su devoción por él alcanzó dimensiones míticas.

Identificada con la izquierda, librepensadora, alegre a pesar de su dolor, Kahlo realizó su primera exposición en 1938, en Nueva York. Luego vinieron otras.

Pero la verdadera fama le llegó tras su muerte. Las nuevas lecturas plásticas y de alguna manera los movimientos feministas y la percepción de género, contribuyeron a la revalorización de la obra de esta artista, que tomó su cuerpo y su ser como sujeto de su arte.

Un arte fuerte y directo, a veces irónico, otras desgarrado y doloroso, pero siempre sorprendente y muy personal, como su diario íntimo que se publicó en la década del 90, luego de casi 40 años de escrito, con prólogo del escritor mexicano Carlos Fuentes.