No hay nada más personal e íntimo que la producción plástica de esta mujer de pobladas cejas y colorido atuendo, que encontró en la pintura un alivio para su dolor físico y una alegría para su soledad, y con ello, quizá sin proponérselo, una estética distinta para el arte mexicano, preocupado, en las primeras décadas y mediados del siglo XX, de temas de denuncia social y de connotaciones políticas, del cual su esposo, Diego Rivera, era uno de los máximos exponentes. Realizó una autobiografía con sus manos y sus colores. Kahlo, como casi todos los destinados a trascender, vivió poco (nació en Coyoacán, México, en 1907, y falleció en el mismo sitio en 1954), apenas 47 años. Suficientes para legar al mundo una obra y un nombre que se agiganta con el tiempo. Su pintura, que gozó de una discreta aceptación en vida, alcanzó notoriedad luego de su muerte.