Segundo Lozano, quien durante 36 años fue guardián y guía en este lugar, explica que el monumental complejo comenzó a ser construido en el siglo XIII por los cañaris.El arqueólogo Mario Garzón acota que, de acuerdo con las evidencias halladas, Ingapirca fue un centro de adoración (pacarina) y que al llegar los incas pasó a ser un centro religioso de culto al sol y un observatorio.Sobre este punto, Garzón explica que, debido a la orientación de los elementos arquitectónicos del complejo con respecto a la proyección del sol, de Oeste a Este, los incas podían prever acciones vinculadas con la agricultura, y conjugarlos con ritos sagrados y celebraciones como la del Inti Raimi.Posteriormente pasó a ser un centro administrativo del incario, desde donde se controlaba a las poblaciones circundantes, a la vez que servía de sitio de descanso para el inca.Al visitar las ruinas se aprecia la forma elíptica de las construcciones, consideradas únicas en Latinoamérica y de un origen netamente cañari, ya que no se encuentran vestigios similares en la cultura inca. Otra cosa que llama la atención es el lugar donde fue levantado el castillo, cuya ubicación geográfica fue admirada por el sabio francés La Condamine, quien comprendió que el sitio estaba diseñado también para estudiar los equinoccios; este conocimiento servía para definir la época de la siembra y la cosecha, así como para determinar el rigor del clima.Se dice que el complejo tiene otra particularidad y es que irradia energía, lo cual habría sido conocido por los incas y detectado por arqueólogos franceses, quienes hallaron una arenisca proveniente de piedras magnéticas.El edificio principal o Templo del Sol tiene 37 metros de largo y, según explica Segundo Lozano, las dos puertas (ubicadas en los extremos opuestos) están orientadas hacia la salida y caída del sol.Las investigaciones que hicieron La Condamine (1739), monseñor Federico González Suárez y, hace unos quince años, el arqueólogo polaco Robertem M. Sadowskim, coinciden en señalar que este sitio era un observatorio solar.A más del edificio principal, en Ingapirca se encuentran muros circulares que delimitan lo que habría sido una plaza, otro espacio más grande reservado para los festejos al sol (Inti Raimi) y un promontorio (Quillaloma) que servía de templo para adorar a la luna, otro rito típicamente cañari y no inca.Asimismo, se aprecian empedrados de lo que fueron las viviendas de los sacerdotes (shamanes), vírgenes y demás autoridades religiosas.Lozano recurre a la leyenda para explicar por qué la mayor parte del complejo quedó destruida: “Atahualpa se encontraba en Ingapirca cuando tuvo noticias de la presencia de los españoles en Cajamarca y acudió a verlos.“Entonces lo tomaron preso y le exigieron dos cuartos llenos de oro para liberarlo. Los emisarios informaron del pedido a Rumiñahui; cuando este general llevaba el oro del rescate se enteró que los españoles habían asesinado a Atahualpa.“Indignado, Rumiñahui ordenó destruir Ingapirca para evitar que los españoles se apoderasen de este lugar sagrado y luego escondió el oro en algún sitio del Oriente”.Por eso, según esta historia, solamente quedaron los basamentos de las magníficas construcciones.Durante la época de la conquista, los españoles, opuestos a todas las representaciones de “dioses paganos”, desestimaron el valor histórico del lugar, que poco a poco fue convirtiéndose en ruinas.Lozado recuerda que cuando era adolescente ayudaba a cuidar el ganado que había en Ingapirca, cuyos terrenos eran parte de una hacienda de propiedad de la Curia de Cuenca, que los arrendaba a terceros.“Las ruinas servían como corrales para guardar a los animales”, rememora el guía, quien agrega que fue con la reforma agraria decretada por la dictadura militar en los años sesenta, que ocho hectáreas de la hacienda, en las que se encuentra el complejo, fueron compradas por el Banco Central del Ecuador.“Desde entonces trajeron arqueólogos de EE.UU., Alemania y España, y en seis años de trabajo desenterraron las ruinas de esta parte del complejo”, dice Lozano.Sin embargo, se lamenta de que el Banco Central solo adquirió ocho hectáreas de terreno y no la totalidad de la hacienda, ya que está convencido que donde hoy habitan decenas de humildes campesinos se esconden una serie de vestigios arqueológicos, especialmente de cerámica, pertenecientes a las huacas o enterramientos que se hacían en honor a la madre tierra (Pachamama).En Ingapirca también se puede visitar el museo y recorrer otras áreas como Pilaloma, tumba de una sacerdotisa cañari; y la piedra del inca, una gran formación rocosa tallada en forma de pez, con siete divisiones donde se bañaba el monarca con sus siete mujeres, para lo cual usaba agua calentada al sol.A pocos metros del complejo se encuentra la Cara del Inca, una escultura de 25 m de alto que, de acuerdo a las investigaciones realizadas por el arqueólogo alemán Albert Meggers y el ecuatoriano Juan Cueva Jaramillo, es una formación natural con pequeños retoques, especialmente en el área de la nariz.Se cree que la imagen corresponde a uno de los tres monarcas que pasaron por Ingapirca: Tupac Yupanqui, Huayna Cápac o Atahualpa. El segundo fue el inca que gobernó el imperio durante más tiempo (medio siglo) y el que más años permaneció en Ingapirca.","isAccessibleForFree":true}
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Los decretos fueron firmados este miércoles 21 de mayo y están publicados en la plataforma oficial de decretos presidenciales.
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