Su primera obra se tradujo a 30 idiomas. Vive de la literatura y no piensa abandonar Argentina.

Antes de 1997 era un desconocido, un joven psicoanalista proveniente de una familia de clase media baja, que trabajó como vendedor de videos y restaurador de antigüedades.  Ahora,  el argentino Federico Andahazi, de 39 años (nació en 1963), es uno de los escritores  más leídos de su país y de América Latina.

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Hace  cinco años, con la aparición de su primera novela, El anatomista,  su existencia  dio un  insospechado vuelco. 

El libro, que un famoso editor de Argentina rechazó sin siquiera leer,  bajo la excusa de “no se publican autores inéditos”,  se convirtió,  tras su lanzamiento, en un best seller, y Andahazi en un autor que vive  estrictamente de la literatura. Su ópera prima se tradujo a 30 idiomas en 40 países.

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Alejando del psicoanálisis, rama que abandonó sin remordimiento (“en realidad era mal psicoanalista”, confiesa), admirado por una cantidad considerable de lectores y odiado por un sector intelectual argentino, que no le perdona ni su rápida fama ni su éxito económico, Andahazi vive de espaldas a las críticas y se dedica con pasión   a lo que es su prioridad luego de su familia: escribir.

“A mí me parece digno vivir de la literatura, pero a ciertos escritores argentinos les parece  malo. Es gente que en el fondo le encantaría vivir de la literatura, pero hace otra cosa. Entonces, sospecha de los autores que sí pueden hacerlo”, comenta Andahazi.

Hace tres meses publicó su cuarta novela, que se titula El secreto de los flamencos. El pasado 30 de noviembre la presentó en Quito, en el II Salón del Libro y la Palabra. El autor vino con su obra y dialogó con el público sobre este volumen y de su corta pero activa trayectoria literaria.

La pieza, de género policial,  se desarrolla en el siglo XV y cuenta el enfrentamiento entre artistas  florentinos y flamencos por la supremacía de la pintura. Hay acción y misterio. El autor explica que la literatura es el resultado de alguna frustración, y que en su caso es de la imposibilidad de pintar. “Como no puedo hacer un cuadro, decidí pintar una novela”, señala.

Quizá su gusto por el arte lo llevó también a enamorarse y casarse con una pintora, Aída Pippo, de 30 (el matrimonio tiene una niña de 11 meses, de nombre Vera), quien es su lectora y, en el caso de la última obra, su colaboradora: lo asesoró en lo referente a escuelas y tendencias plásticas del siglo XV.

Pero el pasado no es una excepción en la narrativa de Andahazi, sino una recurrencia. Sus libros se desarrollan en épocas remotas. Su intención, según dice,  no es escribir novelas históricas. “Me interesa contar una pequeña historia y si para contarla tengo que falsear  un poco la historia con mayúscula,  lo hago. Más que la investigación, lo que lleva mayor trabajo es tornar verosímil el relato”, confiesa el escritor,  cuya imagen está totalmente alejada del estereotipo del intelectual.  Dice que otro trabajo arduo es el encontrar el tono y el lenguaje adecuados para narrar.

Afirma que los  adjetivos le dan fuerza a la escritura. “No es cierto  que quien  los usa no  tiene recursos narrativos”, dice. Tampoco cree  en esa receta tan en boga: “escribir con frases cortas”. Está convencido de que cada autor tiene sus particulares formas de abordar y plasmar el lenguaje. 

Aunque viaja con frecuencia y tiene la posibilidad de radicarse en otros países, Andahazi no contempla entre sus planes irse de Argentina. Le preocupa la crisis económica nacional, pero le encanta su tierra (“salgo 15 días y extraño”) y desea que su hija Vera, su primogénita, crezca junto a sus raíces. Por ese motivo él y su esposa decidieron quedarse y porque como alguna vez señaló: “Irme sería como abandonar un pariente que agoniza”.

Se confiesa autodidacto de la literatura y pese a sus cuatro novelas publicadas, todavía se considera un escritor inédito,  como le dijo el editor argentino. “Con cada libro se comienza desde cero”, refiere.

HOJAS

OBRAS
Federico Andahazi es autor de El anatomista (1997), que se llevará al cine en Francia; Las piadosas, El árbol de las tentaciones (1998),  y El príncipe, 2000.

LIBRO INÉDITO
Empezó a escribir cuando estaba en la secundaria. De esa época guarda  una novela, que aún permanece inédita.   No tiene intenciones de publicarla.

PATERNIDAD
Dice que la literatura para él no es un trabajo, sino un disfrute, al igual que la paternidad. “Con mi hija me he acercado a un amor que desconocía”.