La Representación de la Unión Latina y la Embajada de España, con la cooperación de los ministerios de Relaciones Exteriores y de Educación y Cultura, el auspicio del Convenio Andrés Bello, Iberia, líneas aéreas de España; Editorial Santillana, la revista Familia del diario El Comercio, medios de comunicación como EL UNIVERSO, La Hora, El Mercurio y El Diario, invitan al VII Concurso Terminemos el Cuento, con la finalidad de motivar a nuevos talentos literarios del país para que confronten su imaginación e inquietudes dentro de este arte en un proceso de creación compartido con un consagrado escritor ecuatoriano. Se procura además, estimular la lectura por parte de los jóvenes.

Espejito, espejito...

Publicidad

I’m like a bird (Soy como un pájaro)
I only fly away (Solo vuelo)
I don’t know where my home is (No sé dónde está mi hogar)
I don’t know where my soul is (No sé dónde está mi alma)
Nelly Furtado

Había una vez, dos veces, tres veces, un chico que estaba de vacaciones. Recién había terminado el año escolar y tenía que esperar tres largos meses para que empiece el siguiente. Era un fanático del cine y de las computadoras. Pasaba todo el día encerrado en su habitación viendo películas y más películas. De su PC le encantaban los juegos de video y esa maravilla llamada Internet. Su mamá solo lo llamaba a almorzar o a merendar. Se levantaba muy tarde, a eso del mediodía, puesto que sus ojos se mantenían abiertos hasta las tres o cuatro de la mañana.

Publicidad

Había una vez, dos veces, tres veces, un chico que no bajó de su recámara. Elvira, su madre, tocó la puerta muchas veces, y ya que nadie abría, ella y los meñiques hermanos de nuestro personaje (Yolanda, Viviana y Emanuel) se desesperaron. Víctor, el padre, tuvo que tumbar la puerta. Bastó un par de puntapiés para abrirla (en la vida de esta personita llegarían a existir muchas puertas que habrían de ser derribadas), pero no había rastro de Pedro (así se llama el protagonista de esta historia que tú, lector, completarás). Llamaron a la policía que hizo las investigaciones de rutina que solo corroboraron la ausencia presente en el cuarto del desaparecido.

Había una vez, dos veces, tres veces, un televisor de 29 pulgadas que parecía haberse tragado a Pedro. Justo estaban dando la película en la que una niña es tragada por un espejo y transportada a un reino de fantasía. Algo similar le llegó a pasar a nuestro personaje al que siempre molestaban con su apellido, Espejo: «Espejito, espejito, ¿quién es el chico más gordito?».

Había una vez, dos veces, tres veces, un viaje que empezó cuando la mano curiosa de nuestro Espejo se posó sobre la pantalla del televisor. Parecía hecha de agua. Si ustedes han tocado una tele, se darán cuenta lo dura que es esa especie de ventanita que tiene. En esta ocasión parecía gelatina transparente, incolora. Nuestro Espejito se acercó demasiado a ella y fue absorbido por el aparato con tanta facilidad como quien se mete por una ventana para entrar a un cuento. Pero este era un poema en prosa más que un cuento al que solo se podía entrar soñándolo con los ojos bien abiertos (¿no era ese el título de una película?).

Había una vez, dos veces, tres veces, un chico que se dio cuenta que podía volar apenas entró al Valle de las Imágenes que estaba dentro de su televisión. Dominar el aire y el viento era la cosa más hermosa que le podía pasar a alguien. Ni el más dotado de los superhéroes podía saber lo que era andar de un lado para otro, revoloteando todo el tiempo, haciendo malabares, dando vueltas, saltos mortales e inmortales sin tocar en ningún momento el suelo. Fue entonces cuando se dio cuenta que podía dominar el cielo, la tierra, y flotando, flotando, decidió ir bajando, bajando, hasta tocar con sus pies ese suelo lleno de hierba y árboles. Sus pies comprobaron lo que ya sabía mientras nadaba en el aire: estaba en un bosque lleno de todos los colores existentes. Había por doquier esos rectángulos inmensos que la gente llama vallas de publicidad. Cada una era el afiche de una película a cuyo interior (historias y personajes incluidos) Pedro podía acceder como lo había hecho con la pantalla de la televisión.

Había una vez, dos veces, tres veces, una valla –de las centenares que poblaban el Valle de las Imágenes– en la que nuestro héroe pudo ver cómo su familia lo buscaba infructuosamente por el vecindario, mientras Viviana, la menor de sus hermanas, se introducía en el televisor, pues se había dado cuenta que su hermano estaba dentro de él. Pedro no tuvo tiempo ni de preocuparse por su familia cuando se sorprendió a sí mismo al verse en una gigantografía. Era una especie de anuncio publicitario con las frases “Sigue volando. Encuéntrate en el mundo de las imágenes”. Y ese anuncio inmenso tenía una flecha (de las tantas que habían en el valle) que nuestro protagonista no dudó en seguir.

Había una vez, dos veces, tres veces, tres vallas en las que Pedro se metió. La primera era de aquella película titulada...