El escritor colombiano estuvo en Quito el pasado miércoles para presentar su novela Satanás, con la cual ganó el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral.

Mario Mendoza convivió quince años con Satanás. Al menos ese tiempo le tomó concebir, borronear y finalmente escribir la novela que lleva ese nombre. Este escritor colombiano y su obra forman parte de una nueva narrativa latinoamericana asentada básicamente en escenarios urbanos, escenarios de violencia, de soledad, de fragmentación social. En este caso, Bogotá. Satanás es la reciente ganadora del Premio Biblioteca Breve, de Seix Barral, y se presentó en Quito el miércoles anterior en la galería Art Forvm. Mendoza reflexiona sobre su obra, oficio y entorno.

¿A qué se debe el predominio del escenario urbano en la actual narrativa?
A partir de los años 80 hubo en América Latina dos grandes estallidos: el de los sistemas de comunicación y el de las grandes urbes. Cuando aparecieron el Internet, los correos electrónicos, los teléfonos celulares, cambiaron violentamente las formas de comunicarnos, pero curiosamente hoy la gente se comunica menos que antes. Existe mayor soledad, autismo, encierro. Y el efecto psicológico de todo eso es demoledor. Las ciudades colapsaron por sobrepoblación, pero mientras más personas hay, más grande es la soledad. Allí viene el fenómeno del individuo frente a la muchedumbre, sin posibilidades de comunicación certera, amistosa, cordial. Y eso tenía que llegar a la literatura tarde o temprano, producir una nueva prosa, una nueva música de las palabras.

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 ¿Y el filón narrativo en esos escenarios es necesariamente la violencia?
En mi caso, me acerco cada vez más a una violencia transpolítica. No me refiero a la violencia que procede de la lucha entre el poder estatal y las fuerzas opuestas, como es el caso del gobierno frente a los carteles del narcotráfico o a los grupos subversivos, que viene a ser una violencia de orden político. Me refiero a la violencia que brota dentro de ese mismo poder y ese mismo sistema, que está en la comunidad y en la cotidianidad, en la convivencia.
Mis personajes están aniquilados, perseguidos, ofendidos por una violencia que les genera el mismo sistema.

Novelas como Rosario Tijeras o La Virgen de los Sicarios, de autores de su misma generación, también abordan la violencia urbana. ¿Está tan determinado el tema?
Sí, pero son novelas que pasan, la primera, por el tema del narcotráfico y, la segunda, por el del sicariato. Rosario Tijeras aborda el narcotráfico desde la perspectiva femenina, cuando siempre ha predominado la visión masculina del tema. La Virgen de los Sicarios se arma sobre los rezagos que dejó el cartel de Medellín en los años 80. Esas novelas solo hubieran podido suceder en Colombia. No me las imagino en Praga, Moscú o París. Satanás, en cambio, habla de un asesino en serie que puede estar en cualquier lugar del mundo, no necesariamente colombiano. Aunque tiene un contexto que la ubica en Colombia y no en Rusia, creo que es más cosmopolita.

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Colombia actualmente es prolífica en este tipo de novelas, ¿cómo harán los escritores para mantener el rigor y no hacer un baratillo del tema?
En Satanás, lo primero que tuve claro fue la estructura, la trenza de personajes. Y arranqué. Pero tuve que perseguir la historia durante quince años. En cuanto al rigor de esta generación, habrá que esperar varios años y ver quiénes van muriendo en el camino. Yo me incluyo dentro de la posibilidad de aburrirme o de no tener nada que decir. Y si eso pasa, pues me largaré, me iré a sembrar, qué sé yo. Es muy temprano para decir algo definitivo.

¿Por qué escogió un tema tan inmenso, tan brutal?
En todos los libros que he escrito he terminado mal en el sentido de que no puedo dar una visión muy positiva de las cosas. Creo que he trabajado por catarsis, que la mayoría de los asuntos que están en mis libros son de purgación, de purificación de una parte de mi psicología. Yo quedé marcado por la historia de Campo Elías (el asesino en serie, personaje de la novela, a quien conoció en la realidad), por una especie de violación psíquica, y eso me ha perseguido. Creo que con Satanás me quité la persecución de encima.